El mito revolucionario

«Artículo 27 tiene que ver con el equilibrio entre dominados y dominadores, alcanzados por la nación después de la revolución mexicana. «

Adolfo Gilly 

Por Óscar Cuevas

Weber dijo que el ejercicio legítimo de la fuerza es potestad única del estado. Además de ejercer el monopolio legítimo de la fuerza, el estado debe procurar que sus protegidos, sus ciudadanos, se mantengan fieles, unidos y se sientan representados.

Para ello los estados naciones recurrieron a lo que Louis Althusser denominó los aparatos ideológicos del estado, que legitiman el modo de ser institucional y el modo de hacer cotidiano.

Si bien los seres humanos han recurrido al mito como una narrativa que fundamenta y da sentido a sus orígenes, han sido los estados nación quienes más provecho han sacado de esta creación de literatura política. Haciendo de las grandes batallas y de los héroes incansables pilares de la identificación de sus conciudadanos con determinados colores y maneras de hacer.

Marc Bloch aseveró que la narrativa histórica nunca podrá ceñirse a la verdad. Esto no se debe a la impericia de los historiadores sino a la misma naturaleza del hombre. Tiempo después García Márquez lo pondría en términos sencillísimos, la vida, afirmaba, no es la que uno vive sino la que cuenta. El hecho histórico es, casi siempre, una fabulación científico-política, realizada por los grupos ganadores.

La Revolución Mexicana, como evento histórico, sucedió en un espacio temporal determinado; sin embargo, tras ríos de tinta, no nos queda claro por qué, ni quién salió beneficiado. Aquí entra la famosa interpretación histórica.

La historia es una ciencia precisamente por su dificultad. Sin embargo, como se ha expresado en párrafos anteriores, el hecho histórico en sí mismo, escapa a cualquier historiador. Su complejidad es tal, que sería arriesgado afirmar que podría crearse una sola interpretación de los hechos. De aquí que sea más adecuado hablar de narrativas históricas más allá de explicaciones científicas como tales.

Sin embargo, me atreveré a afirmar que el hecho histórico revolucionario no cumplió con su cometido. Las viejas demandas de tierra y libertad siguen siendo las mismas años después de tan cruento hecho histórico. De nada sirvió la gleba, la bola se quedó en eso: una maraña de sueños, utopías, intereses no alcanzados.

Así como sucede en el Llano en llamas de Rulfo o en Cartucho de Campobello, el pueblo mexicano sigue buscando, cual judío errante, la tierra prometida. La Revolución Mexicana fue transformada prontamente por el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en una narrativa aglutinante, no solamente de los diversos frentes y caudillos revolucionarios, sino que con el tiempo pudo sumar a los sectores agrario, obrero,  popular y el militar; formando así el Partido de la Revolución Mexicana (PRM)  que siete años después  (1946) se convertiría en el Revolucionario Institucional (PRI).

En el nombre se evidencia la contradicción. La revolución mexicana (así, con minúsculas) es el discurso inventado por el Revolucionario Institucional para aglutinar, cooptar, configurar e implementar un gobierno que nació distanciado del pueblo, que fue forjado por las cúpulas de cada uno de estos movimientos para dar forma a un macabro sistema de clientelismos, compadrazgos y corrupción.

Sin embargo, el PRI no ha sido el único partido que ha sacado provecho de un evento cruento, sangriento, sin pies ni ideología ni cabeza; como lo fue la Revolución; ya en plena tecnocracia el Partido Revolucionario Democrático (PRD) recurrió a este viejo artilugio y se declaró como el verdadero movimiento en favor de las clases menos favorecidas.

Tiempo después, la izquierda firmó el pacto por México y hace apenas unos meses, modificó sus estatutos para poder aliarse en las elecciones con cualquier partido político. La ideología revolucionaria, al parecer, puede llevarse bien con el ultraliberalismo panista.

Con dicha unión pensamos que la narrativa política revolucionaria se había terminado, sin embargo, López Obrador retomó el discurso y lo adoptó a su naciente Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). La problemática radica en eso: la tergiversación de un movimiento histórico para beneficio de unos cuantos a través de diversos mecanismos, tanto discursivos, como legales e incluso mitológicos.

Tannenbaum se equivocó, el desarrollo industrial basado en los ejidos nunca llegó, y las pequeñas comunidades educadas y modernas, se quedaron en las páginas de su Peace by Revolution. Tampoco se cumplieron las exigencias de Zapata: Reforma, Libertad, Justicia y Ley; tal vez por genéricas, tal vez por ser inconvenientes a quienes comenzaron a encontrar en el poder y el dinero su modus vivendi.

La soñada alianza entre los líderes obreros de la CROM, industriales, terratenientes, campesinos y obreros quedó en un cuento de hadas; leído cada feriado por los supuestos representantes del pueblo mexicano. La revolución como movimiento histórico tuvo pocos alcances para los más necesitados pero logró fundar un estado mexicano (así, con minúsculas) gracias a su invención como mitología política. Ahora lo que hay que hacer, es derribar las mitologías.

@CuevasO33

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