Por Óscar Cuevas
El día de ayer presenciamos el inicio de una presidencia histórica en el México posmo: una presidencia de izquierda. El discurso de AMLO no se salió de contexto: fue institucional, reconociendo el papel de EPN al no intervenir en las elecciones; fue político: al recordar a sus aliados en las Cámaras la rapidez que se necesita para aprobar las leyes prometidas antes de las intermedias; fue histórico: al tirarle con todo a los gobiernos neoliberales anteriores; y fue esperanzador: al prometer combatir la corrupción y la revocatoria de mandato.
Sin duda, fue otro el ambiente que vivimos ayer ante la toma de posesión de López Obrador. Esperemos que su gobierno no termine como el de Peña Nieto. Más allá de ser chairos o fifís, somos ciudadanos de un gran país que reclama su lugar como líder en la región y en la historia. Sumemos y hagamos todo por sacar a México de la podredumbre en la que estamos.
El poder debe ejercerse con sabiduría y humildad,
y que sólo adquiere sentido y se convierte en virtud
cuando se pone al servicio de los demás.
AMLO
Dicen que en la política la forma es fondo. Desde los griegos, lo simbólico ha ido de la mano con lo político. Desde aquella memorable escena en la Ilíada, en la que Aquiles no cede el báculo a Agamenón, los rituales han rodeado el quehacer político. En México, el sistema político y sus instituciones nacieron como resultado de la necesidad de agrupar a los distintos líderes y caciques en una sola construcción ideológica.
La Revolución, no como hecho histórico sino como mitología política permitió aglutinar los liderazgos, determinar funciones y crear un sistema institucional y político que tuvo como fundamento el compadrazgo y la corrupción. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) configuró al Estado Mexicano, una dictadura perfecta que simulaba un sistema de partidos, elecciones libres y participación ciudadana.
El agotamiento del modelo comenzó a hacerse visible con el 68, un movimiento estudiantil que marcará la historia político y social mexicana. Ahí comenzó a fracturarse el sistema implementado por el PRI. La separación entre los ciudadanos mexicanos y los servidores públicos fue evidente, los neoliberales y los tecnócratas salinistas quedaron imposibilitados para conectar con el resto del país.
Después, el gobierno Foxista representaba el cambio que los mexicanos querían. Un giro hacia una vía más democrática, más social, menos corrupta. Lo que comenzó con una ilusión se convirtió en una pesadilla. Los gobiernos panistas no solamente no lograron resolver el problema de Chiapas en quince minutos ni encontrar la paz por medio de la guerra contra el narcotráfico.
Demostraron que Acción Nacional (PAN) también era un partido lleno de personajes deleznables, oscuros e intolerantes. Ante ese contexto político, se alzó la figura de un hombre venido del PRI, que salió del mismo hacia las filas del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y comenzó a trazar un discurso carismático que, al igual que lo hizo Fox durante su campaña, se dirigiera hacia un grupo específico de la población: los pobres.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) finamente llegó a la silla presidencial, como resultado de una administración peñista para el olvido. Durante el gobierno de Peña Nieto, la canasta básica aumentó significativamente, por ejemplo, en 2012 el precio de un kilo de tortillas era de 10.90 pesos; para 2018 costaba 13.25. Incrementos similares tuvieron el kilo de huevo, de carne, un litro de leche; que pasaron de los 27, 47.30 y 13 pesos a 35, 124 y 17.50 respectivamente. (Profeco)
El precio del dólar aumentó, de 13.20 pesos en 2012 a 20.54 pesos en 2018. Mientras la gasolina magna subió de 10.72 pesos a 19.37 y la Premium de 11.28 a 20.86. (Cifras al 27 de noviembre de 2018) Lo único que aumentó durante el gobierno de Peña, además de la corrupción y la violencia, fue el salario mínimo, que fue de 60.50 pesos en 2012 a 88.36 pesos en 2016. Sin embargo, el poder adquisitivo de una familia mexicana promedio disminuyó, como resultado de la inestabilidad política, el constante incremento del crudo y la volatilidad del dólar.
Ayer, las redes sociales, en su mayoría, explotaban de júbilo ante la llegada de AMLO a la Presidencia de México. La llamada cuarta transformación comenzó su discurso de manera oficial. La ausencia de Trump y la presencia de Nicolás Maduro fueron condimentos que aderezaron el interés por la primera toma de un candidato de izquierda en el México posmoderno.
Desde Vicente Fox, ningún presidente había podido dar su discurso en la Cámara de Diputados, con la asistencia de todo el Congreso Nacional. AMLO logró retomar un ritual importantísimo en la transmisión del poder presidencial. A la vieja usanza priísta, AMLO recibió de Enrique Peña Nieto (EPN) la banda presidencial, ante todo el congreso. Si bien es cierto que los panistas protestaron durante el discurso del nuevo Presidente de México, la toma se realizó dentro del protocolo, sin incidentes mayores.
Lo más relevante del discurso presidencial, fue la voluntad de AMLO para someter su permanencia a una consulta ciudadana. Esto por dos motivos: uno, de ser así, sería la primera vez en la historia de nuestro país que los ciudadanos contaríamos con un instrumento de revocatoria de mandato de la figura presidencial, situación que, de hacerse conforme a derecho, de manera imparcial, objetiva y organizada por un organismo internacional, marcaría un hito en la historia de la democracia participativa en México.
Dos, sería un mecanismo novedoso para que los mandatarios rindan cuentas a los ciudadanos, en todo el organigrama de gobierno. Aunque, también podría ser un instrumento que, de seguir los ejemplos de las dos recientes consultas ciudadanas, lejos de legitimar el actuar presidencial y de incrementar el músculo político del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA); podría ser interpretado por la oposición como una simulación del ejercicio del poder público. Situación muy peligrosa. En este sentido, la oposición debe ser muy responsable y demostrar que en México seguimos avanzando en pluralidad democrática.
AMLO comenzó su discurso recordando un penoso incidente: la intervención foxista en las campañas presidenciales de 2006. Y le agradeció a EPN no haber intervenido, como lo hicieron otros presidentes, en las pasadas elecciones presidenciales. Señaló que, en México, hemos padecido ya ese atropello antidemocrático y valoramos el que el presidente en funciones respete la voluntad del pueblo. Por eso, muchas gracias, licenciado Peña Nieto.
Como lo ha hecho desde que fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal, el ahora presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, prometió que se acabará con la corrupción y la impunidad que ha vivido México. Posteriormente, realizó un breve recorrido histórico: en la Independencia se luchó por abolir la esclavitud y alcanzar la soberanía nacional; en la Reforma por el predominio del poder civil y por la restauración de la República. Y en la Revolución nuestro pueblo y sus extraordinarios dirigentes lucharon por la justicia y por la democracia.
Ahora, nosotros queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno. Sin duda, AMLO dio en el clavo, en algo que todos sabemos que es el gran mal de nuestro amado país: nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo. Esa es la causa principal de la desigualdad económica y social, y también de la inseguridad y de la violencia que padecemos.
Insistió, como lo hizo en campaña, en que la política económica aplicada durante el periodo neoliberal, de 1983 a la fecha, ha sido la más ineficiente en la historia moderna de México. En este tiempo la economía ha crecido en 2 por ciento anual, y tanto por ello como por la tremenda concentración del ingreso en pocas manos, se ha empobrecido a la mayoría de la población hasta llevarla a buscarse la vida en la informalidad, a emigrar masivamente del territorio nacional o a tomar el camino de las conductas antisociales.
Y también, como lo hizo durante sus recorridos, formalizó la amnistía a los políticos corruptos del pasado. Aquí, Andrés comenzó a decepcionar. Posteriormente, habló de los proyectos que se aprobaron en la Segunda Consulta Nacional, de la cancelación de la Reforma Educativa, del papel de la Guardia Nacional y de la militarización del país.
Si durante el gobierno de Calderón, criticó fuertemente a las Fuerzas Armadas, ayer, AMLO afirmó que el Ejército y la Marina pueden ser previa preparación y capacitación para el respeto de los derechos humanos, y mediante la aplicación de protocolos para el uso de la fuerza, las instituciones fundamentales para garantizar la seguridad nacional, la seguridad interior y la seguridad pública.
Agregó que el Plan de Paz y Seguridad incluye la creación de 266 coordinaciones territoriales en el país. Terminó el discurso advirtiendo a sus legisladores que deben realizar los cambios muy pronto, en caso de perder fuerza a la mitad de su sexenio. Aseguró que en dos años y medio habrá una consulta y se les preguntará a los ciudadanos si quieren que el presidente de la República se mantenga en el cargo o que pida licencia, porque el pueblo pone y el pueblo quita, y es el único soberano al que debo sumisión y obediencia.
Finalmente, aceptó el reto e invitó a participar para celebrar juntas y juntos, el esplendor y la grandeza futura de nuestro querido México. Así dio inicio el primer periodo presidencial de izquierda en el México posmoderno. Esperemos que el presidente AMLO venza al Peje, aquel personaje amante de las confrontaciones y el personalismo.
@CuevasO33
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Un comentario en “AMLO: sin derecho a fallar”