Por Óscar Cuevas
Las sociedades actuales muestran un enorme avance para unos y un terrible rezago para otros. ¿Ayudar a los vagabundos es fomentar la pobreza y el mínimo esfuerzo o debemos apoyar a quienes menos tienen? Cuéntanos tu opinión al final del artículo
Ayer, como normalmente ocurre los lunes de tlayudas, tengo la costumbre de visitar un local ajeno a los gustos hípsters y de los godines de las hipermodernas épocas que vivimos algunos. Me encontraba hojeando la carta del diminuto lugar, cuando sentí la pequeña punta de un dedo índice presionar levemente mi antebrazo. Al voltear la mirada, me encontré a un chico de aproximadamente unos ocho o nueve años. Chimuelo, con pelo corto, despeinado. Camisa naranja fosforescente, pantalón sucio, chicloso, obviamente roto.
El chico en situación de calle me pide que le compre una quesadilla. No pasan ni cinco segundos cuando la gerente del lugar le toma bruscamente del brazo y lo saca del local. Tan cruenta reacción me dejó congelado. Desde mi sorpresa miré cómo se alejaba el niño riendo, después de mentarle la madre a la gerente del pequeño lugar. Debo reconocer que no supe cómo reaccionar, afirmo que cualquier reacción me hubiera puesto en una situación francamente incómoda.
Si hubiera comprado la quesadilla, el muchacho podría haber salido corriendo del restaurante quesadilla-en-mano para dársela presuroso al hijo-de-la-chingada que lo explota y le pone a vender chicles en la calle. Y yo me hubiera convertido en un imbécil más, que mantiene explotadores de niños. No es un secreto que nuestra hermosa CDMX ocupa uno de los primeros lugares en pederastia en México.
Si uno escarba en las cloacas de la misma, puede ver cómo se ofrecen a las pequeñas niñas en situación de calle y abandono a otros hijos-de-puta que pagan unos centavos para satisfacer sus deseos sexuales con estas pequeñas. ¿Cómo carajos llegamos a esto? ¿Cómo podemos ver accidentes a diario, comprar «periódicos» que se mofan de los accidentados?
Hemos perdido la capacidad de mirar al otro, de sentir al otro, de enternecernos por el otro, de compartir su sufrimiento, de ser empáticos. Eso precisamente es lo que me faltó para haber salido a por el niño y restregarle la quesadilla en la cara a la gerente. Quien después me pidió una disculpa por la «molestia». ¿Cuál era la molestia? Que un niño sucio haya entrado al local para pedir limosna.
Al no comprar la quesadilla, ¿me convierto automáticamente en un hijo-de-puta insensible? Debo aclarar que en otras ocasiones he cedido al impulso y he ordenado comida en situaciones similares, teniendo como resultado, normalmente, que los niños se van y le dan su comida a alguien más. ¿Estamos en un mundo tan jodido que llegamos a usar a los niños como moneda de intercambio?
¿Se ha convertido la miseria en un espectáculo cotidiano que, por lo mismo, ya no nos sorprende? ¿Hemos aprendido a no ver al jodido? ¿Lo reconocemos como igual? ¿Tú qué hubieras hecho de haber estado ahí sentada conmigo? La miseria light es entonces este fenómeno social en donde hemos aprendido a convivir con la pobreza, la miseria y la marginación a tal grado, que no logramos comprender la enorme violencia y la profunda vulnerabilidad a la cual están expuestas las personas en situación de calle.
Lo ligero, en el caso de la miseria, se fundamenta en la falta de empatía para con el otro, que hemos perdido gracias a los valores individualistas de este capitalismo hipermoderno en donde el único que importa soy yo. Mi felicidad soy yo, a la mierda los otros. Las personas, nos hemos convertido en una especie de catálogo en redes sociales como Tinder, Grinder o Facebook.
Las páginas web personales sirven como una especie de espejo de Narciso en donde vemos nuestros logros y fracasos años antes. Los sentimientos, en un mundo en donde lo mínimo y el cambio son valores y pilares del funcionamiento societal, han dejado de lado sentimientos «de largo plazo», como la melancolía, el duelo, la recordación. La vida no es ya la que uno vive, sino la que se captura en Instagram y Snapchat.
En este sentido, las problemáticas sociales se reducen a infografías y videos de tres minutos, en donde, quienes los realizan, se ven obligados a simplificar sus contenidos y con ello, el verdadero alcance de la problemática. Los pobres son jodidos porque quieren. Los vagabundos y las personas en situación de calle son, tal vez, como ya lo plasmaba Buñuel, los olvidados de un mundo hipermoderno en el que ya ni siquiera son capaces de causar sentimiento alguno.
@CuevasO33
Sr. Cuevas, no todos somos ajenos a la pobreza social en la que están inmersos tantos niños y jovenes, es verdad como Usted dice que nos hemos vuelto insensibles y ajenos a sus dolores y sufrimientos. No obstante en la medida de lo posible hagamos lo que esté a nuestro alcance para proporcionarles lo necesario para sobrevivir y brindarles educación, alimentación, habitación. Yo trabaje con estos menores y con sus violadores y enganchadores en el Tutelar de Menores y en el Reclusorio Norte, como puede ver conocí de primera mano las consecuencias de todo lo qe Usted señala. Hoy estoy retirada de todo eso pero hago servicio con los menores y jovenes. Finalmente creo que de alguna manera todos podemos rescatar o hacer algo por tanto joven o niño desarraigado.
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Reblogueó esto en órbita políticay comentado:
La pobreza está en todas partes. ¿Qué debemos hacer como sociedad para combatirla? Tú, ¿qué haces? Déjanos tus ideas al final del texto.
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