Apóstoles de la democracia en América Latina

Juan Pablo Aguirre Quezada

«La democracia necesita apoyo y el mejor apoyo para la democracia viene de otras democracias». Benazir Bhutto 

Casi todos los países del continente americano tienen la forma de gobierno democrático. Pese que aún existen zonas bajo el dominio de una metrópoli europea, existen congresos elegidos por el electorado desde Alaska hasta la Patagonia.

Las democracias americanas tienen en varios casos más de 200 años de existencia. Pese a que en muchos casos han existido dictaduras militares que han interrumpido la vida política en estas naciones, se tienen ejemplos de sociedades participativas y satisfechas con la forma en elegir sus gobernantes.

Sin embargo, en este devenir de la historia, en América Latina tenemos el caso de políticos civiles, que han creído en la democracia y que si bien sus gobiernos tuvieron éxitos y errores, pasaron a la historia por defender sus ideales hasta la muerte mientras eran mandatarios que habían ganado bajo el voto popular.

En México tenemos el recuerdo de Francisco I. Madero, que pereció como consecuencia de la Decena Trágica, sucesos históricos que llevó a la caída de su gobierno y a su posterior asesinato. Esta violencia también alcanzó a sus funcionarios cercanos y familia, lo que indicaba el inició de una dictadura cruel encabezada por Victoriano Huerta. En esos años se acabó la libertad de prensa y las Cámaras fueron disueltas. Pese a estas transformaciones la figura de Madero es relacionada con los procesos de elección en México, más que por sus acciones de gobierno entre 1911 a 1913.

Un caso paradigmático en América Latina es la figura de Salvador Allende; quién en su cuarta candidatura a la presidencia de Chile y con una vasta experiencia de más de 25 años en el Congreso logró por vía electoral ser el primer Presidente Marxista, caso inédito en el mundo.

Al igual que sucedió en México con el Presidente Madero, Salvador Allende fue traicionado por militares en la que depositó su confianza, y murió defendiendo sus ideales democráticos en el Palacio de la Moneda. También está la coincidencia de una dictadura posterior a la afectación de la vida democrática, la cual se prolongaría por 17 años.

Existen otros casos en América Latina en la que golpes militares acaban con el progreso democrático. Y si bien en muchos casos se perdonó la vida de los mandatarios a los que fueron depuestos, estos y sus familias estuvieron expuestos a su seguridad, por lo que fueron forzados a exiliarse.

Uno de estos casos se dio a inicios del siglo XX con la caída del Presidente Santos Zelaya en Nicaragua, que debido a diferencias con el Gobierno de Estados Unidos fue derrocado en 1909 de la primera magistratura nicaragüense, y atacado por periodistas en su exilio en Europa y posteriormente en Estados Unidos.

En Argentina se han vivido diferentes golpes de estado que acabaron con gobiernos democráticos como el de Ramón Antonio Castillo en 1943; doce años después Juan Domingo Perón viviría la misma situación. Posteriormente, en 1962 el Presidente Frondizi también sería derrocado por el ejército. Cuatro años después le tocó a Umberto Illia; y en 1976 Isabel Martínez de Perón sufriría la misma suerte.

Si bien existen más ejemplos en Venezuela, Chile, Bolivia, Uruguay, Costa Rica entre otros países latinoamericanos, la democracia ha podido consolidarse como una forma de Gobierno, con pocos golpes de estado en el siglo XXI en comparación con lo sufrido en la segunda mitad del siglo XX.

Así, bajo el argumento del “orden social” y “seguridad nacional” toda una generación de latinoamericanos vivieron en regímenes que no respetaron la voluntad popular expresada en las urnas, además de violaciones sistemáticas a los derechos humanos; tal como ha sido documentados en diferentes gobiernos militares en Sudámerica.

El no respeto a las garantías universales como acceder al derecho a la información o garantizar la vida en paz es violatorio a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tal como lo expresan sus artículos 2 y 3. En democracias como las mencionadas los ciudadanos tuvieron libertad para expresar sus ideas, votar en elecciones o no temer por su integridad física. Pese a ello, los apóstoles de la democracia terminarían pagando un precio muy alto, tal como Francisco I. Madero o Salvador Allende, que son recordados como mártires de la democracia.

 

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