Por Óscar Cuevas
La complejidad de las democracias actuales exige una mayor participación ciudadana, sin embargo, pareciera que la ciudadanía está hasta la madre de los partidos políticos. ¿Somos culpables de este hartazgo? ¿Hemos sido ciudadanos? Dime qué opinas acá, anda, deliberemos.
Otrora, cuando las ninfas recorrían los suelos con sus alas aladas y los daimones nos permitían vislumbrar por unos segundos lo maravilloso del mundo de los dioses, los hombres creían en la participación en los asuntos públicos. La polis era el topos de la política, lo político y los políticos. El báculo como simbología de la deliberación y la toma de decisiones, la asamblea como el lugar privilegiado de diálogo y entendimiento con el otro.
El idiota, era considerado como aquél que no se interesaba en los asuntos públicos, quien no participaba en la política y lo político no podía ser considerado un ciudadano. Aunque, en este punto debemos recordar que para los griegos la ciudadanía era un privilegio, una valoración restringida a una pequeñísima parte de la Polis.
Actualmente, siquiera pensar en una organización similar para poder deliberar los asuntos públicos resulta imposible. Sin embargo, nuestros representantes tienen algo en común con los griegos, un error fundamental a la hora de comprender el quehacer público. Tanto las obras de Platón, como las de Aristóteles; muestran que para los filósofos griegos, lo político era un elemento constitutivo de la polis.
Es decir, la política pertenecía en sí misma a la polis, como elemento inherente a la cosa pública, a la organización de la sociedad. En nuestra postmodernidad, ligera, relajada, voraz; los servidores públicos piensan que la ciudadanía viene ya dada. Que está presente en la interacción entre los gobernantes y los gobernados. Sin embargo, si nos ponemos a repasar el contexto histórico-político podemos concluir que, por lo menos en México, la ciudadanía, en su expresión más profunda, sigue ausente de la organización y constitución del espacio público.
En otro lado hemos hablado de cómo pueden comprenderse, tanto la participación como la ciudadanía, y a partir de las declaraciones realizadas tiempo atrás por parte de Enrique Peña, diciendo que la corrupción era parte de la cultura política del país, hemos decidido emprender un viaje hacia el pasado, documentarnos y repensar la relación que hemos tenido con la corrupción.
Sin duda, podemos afirmar que, desafortunadamente, la corrupción se ha convertido en el pan nuestro de cada día; sobre todo cuando hablamos de las pugnas electorales. Ya en otro lugar hemos hablado de lo sucedido durante la primera elección presidencial del estado mexicano. 1867 ha quedado en la historia como el primer año en el que México participaba del juego democrático, el examen quedó reprobado: la simulación quedó sentada en los diarios de la época, en donde, por medio de complejos debates y lenguajes harto rebuscados, se trataba de definir, por decreto, el destino de la patria.
Del otro lado de la página se encontraban ciudadanos iletrados, incultos; incapaces de comprender las nociones básicas de democracia. La ciudadanía imaginada quedó rebasada en las urnas por los mecanismos opacos y la sistemática falta a la norma. Mientras los diarios juaristas, como el Monitor Republicano se ufanaban de la victoria Juarista, como la manifestación de la voluntad popular; los medios porfiristas, como El Correo de México acusaba al gobierno por haber ganado la elección por la fuerza y con la constante presencia de los grupos de batallones en las mesas electorales.
La contienda de 1871 no fue distinta. Hablaremos de ello la semana que viene.
@CuevasO33
2 comentarios en “Corrupción en ciernes. Ciudadanía imaginaria.”