LA CONTINUA DESIGUALDAD EN AMÉRICA LATINA. ¿COLONIZACIÓN O NEGATIVA ACULTURACIÓN POLÍTICA?

Por Luis Miguel Hoyos Rojas

Profesor de Derecho Constitucional Económico, Filosofía Moral y Política.

Tercera parte.

El pensamiento colonial desde los “estudios de subalternidad y los estudios postcoloniales” que se conformaron en Inglaterra en los ‘70s, gracias al impulso de académicos indios (Spivak, entre otros), tiende a centrar su análisis en la identificación de una universalidad opresora que instala un fenómeno discursivo y político que usurpa las identidades sociales, políticas y epistémicas. Tal perspectiva centra su vindicación en la existencia de la “lógica del dominio”. Desde tal lógica se construye un sistema de pensamiento expansionista que elabora estrategias en torno a: poder, emancipación, subalterno, hibrido o mestizo. Todo para resignificar la identidad de los “colonizados”.

El oculto paradigma.

Esta, por ejemplo, fue la misma perspectiva que sirvió a grandes procesos emancipatorios que se produjeron a inicios de los ‘60s. La “lógica de dominación” fue pertinente. Permitió que se regularizaran en la misma explicación epocal  la subordinación de los “otros silenciados”. Centrando el análisis en el lenguaje, la cultura y la identidad, la plantilla socioantropológica de la que vienen los estudios decoloniales, creó conceptos tales como “comunidad”, “identidad” o “decolonialidad” que definieron a las “personas otras” como actores del ecosistema social. Aunque lo “otro/subalterno” como en su momento lo afirmó Seyla Benhabib, es una concepción más antigua que la decolonial. Hay referentes en De la Barre (1673), Wollstonecraft (1792), Condorcet (1794), Hegel (1807), entre otros. Sin dejar de lado que la incardinación decolonial responde a un discurso “contrahegemónico” en los términos de Gramsci con grandes matices foucaultianos y bourdieuanos, como se explicó.

Pero, la lógica de la dominación siendo una explicación válida presenta una indeterminación epistémica, ¿cómo la justificamos hoy? Si vivimos en la era de la no polaridad de Richard Haas, ¿dónde reside hoy la dominación? o ¿qué es el centro de la dominación en este siglo? Este centro fue claro en la época imperial o colonial. Porque existía la periferia y el centro de poder. Sin embargo, la globalización como proceso de internacionalización ha generado redefiniciones culturales y de poder no localizadas. Hay concentración capital en multinacionales dentro y fuera de occidente, en el norte y sur global. También la emergencia de culturas no atadas a un suelo. En efecto, indígenas de las amazonas podrían vivir en Madrid y Españoles compartir la cultura boliviana, aunque no vivan en el territorio originario. Es más, producto de las amplificaciones identitarias, caracterizadas por una fuerte incardinación posestructural, hoy se predica una conceptología que afirma que se puede pertenecer a una cultura solo por el hecho de expresar un “deseo”. Aspecto que, por ejemplo, defienden los estudios queer que afirman que ni la biología ni el origen identitario son necesarios para hacerse “mujer/varón” o fluir entre los géneros. Que todo puede ser susceptible de asumirse desde una cultura de la performatividad y el deseo.  

Retomado del canal Filosofía Colectiva

Pues bien, estas “redefiniciones posmodernas” ya no refuerzan identidades basadas en la lucha emancipatoria por un espacio de articulación fáctica (localizado). Sin negar que los territorios nativos están protegidos legal o constitucionalmente. Hoy el deconstruccionismo, en palabras de Celia Amorós y Nancy Fraser, ha generado la “sustitución de la emancipación del espacio por el yo deseado (yoes)”. Asistimos entonces a una “política completamente otra” como dirían Santiago Nino y Katte Millett, donde la dominación ya no es sobre una identidad física sino sobre el pensamiento.

El cambio de paradigma consiste en que hemos pasado de la colonización a la negativa aculturación política. Un tipo de aculturación que, aunque no genera el borrado de la condición de ciudadanía, si impone una cultura de pensamiento que atrapa la emancipación que aquella debe perseguir. Logrando injertar una hegemonia progresista que, aunque no rechaza la identidad diferencial, no supone la abolición del orden injusto. Y todo esto se gesta desde centros de poder ubicados en distintos puntos del planeta. La gran diferencia con la colonización es que aquella era hegemónica, céntrica y universalizadora. Pero la aculturación es diversa, apolar y deslocalizada. La colonización usó la fuerza para imponerse.  La aculturación se recibe consciente e inconscientemente. Hoy la lógica del dominio no es estar “abducidos imperialmente” sino acompasados a culturas cuyas alianzas predican la ruina moral y política. Esto puede explicar por qué América Latina siendo formalmente libre e igual, aún no goza de una liberación moralmente avanzada.

Develando la negativa aculturación política.

La aculturación es un proceso en el cual un grupo humano recibe una nueva cultura. Los individuos se adaptan a nuevos cánones asumiendo comprensiones de un “nuevo sujeto” que, por tradición, es impropio. Produce, por ejemplo, la yuxtaposición que potencia la instalación de un sistema que en algunos casos pueden llegar a coexistir benévolamente. Aspecto que no sucedió jamás en la colonización. La negativa aculturación no consiste en marcar una dominación física como la clásica colonización. Pretenderá sustituir la narrativa igualitaria del sujeto sin alterar su identidad social. Para que este logre aprehender un discurso/pensamiento ajeno al significado social de su emancipación. Esto justificaría porque tenemos comunidades y grupos abrazando una textualidad que, aunque no niega la existencia de su ser (mujer, indígena, etc.,) si cambia la versión y misión de la liberación en trámite.

La negativa aculturación, sobre todo la que se produce en América Latina, está construyendo nuevos sujetos que, aunque nativos, borronean las fronteras del pensamiento emancipador para asumir una historia que creyéndose especifica, ni es igualitaria ni mucho menos emancipadora. Así, por ejemplo, tenemos comunidades y personas abrazando relatos que implican el exterminio de su patrimonio social y natural. Este fue el caso de “postneoliberalismo boliviano”. Apuntó a una transición postcapitalista, no obstante, no logró diferenciarse del modelo previo, así como tampoco pudo llevar a Bolivia a una transformación completa. Según PNUD, para el 2019 el 37.2% de la población boliviana vivía en pobreza, es decir que, menos de cuatro de cada diez personas teniendo ingresos, no necesariamente cubrían otros servicios como vestimenta, servicios o transporte. Y así mismo este país es según ONU, el lugar de América Latina donde más mujeres son asesinadas.

Tomado del canal AJ+ Español



Es meritorio preguntarnos ¿cómo se justifica la coexistencia de un discurso decolonial con la posibilidad de un neoliberalismo emergente? Una primera respuesta sería porque gran parte de la decolonialidad se ha centrado en defender un discurso relativista cultural que ignora las alianzas ruinosas. Apenas mira la aculturación trasplantada por los miembros de las mismas culturas que pretenden, por ejemplo, abrazar al “neoliberalismo” como afín a la liberación anhelada. Es lo que acaba de suceder en Ecuador. Puede sonar como un oxímoron, pero la negativa aculturación impulsada por la ultraderechización, los neoliberales progresistas y especulativos se está asumiendo como apropiación selectiva en la región. En Latinoamérica tenemos, por un lado, las corrientes liberales dominantes (liberalismo clásico, neoliberalismo, etc.) capaces de acompasarse a los movimientos sociales y, por otro, sectores de la economía dinámicos y de producción industrial que, en apariencia, han migrado al discurso de la distribución y reconocimiento, casi en los mismos términos de la justicia distributiva. Hay sectores ecologistas en pro de la autonomía económica basada en la extracción (explotación); sectores feministas vindicando desde la libertad la esclavitud sexual (instrumentalización neocapitalista) y sectores indigenistas enfilados en movimientos neoconservadores (ultraderechización); etc. Y esto no es colonización. Es por muchas razones una decisión de estar ahí. Esta aculturación construye un tipo social y político de discurso que gana batallas en nombre de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres. Tal como lo hizo Bill Clinton y en estos días el ex banquero Guillermo Lasso.

Es una peligrosa episteme política que utilizando la clave del progresismo condorceteano, instala en la región otra “retórica del cambio”. Por lo que no podemos hablar de forma exclusiva de una lógica de dominación colonial. Sino de la reducción de la igualdad a la “meritocracia fatídica” y a la “progresía postcapitalista”. Por ejemplo, la “política neoliberal progresista” ha prometido a movimientos sociales la reducción de la desigualdad: ocurrió en Brasil con Bolsonaro, en Colombia con Duque y ahora en Ecuador con Lasso. Se olvida que la progresía no es sinónimo de “new deal” ni tampoco de espíritu emancipador. Un programa neoliberal no pretende abolir las jerarquías, sino “diversificarlas” utilizando el falso empoderamiento de las clases sociales.

Tomado del canal euronews (en español)
euronews (en español)


La variante significante con relación a la colonización esta aculturación el “empoderamiento” es la lógica de la dominación. La potencia de la emancipación “leaning in”, es devuelta como discurso a los movimientos sociales para que estos acepten un tipo de pensamiento en el que la igualdad no está prevista. Así lo hizo Trump en los Estados Unidos. Hoy no tenemos la clásica hegemonía. Ha sido reemplazada por un concepto trofeo la “diversidad”. En América Latina la diversidad, gracias a la aculturación, viene siendo entendida como “capacidad de mezclar todo por el hecho de todos” uniendo bajo el mismo toldo epistémico realidades quiméricas. Diversidad es por estos días la unión de: explotación extractivista con indigenismo; prostitución con autonomía económica y feminismo con esencialismos. Todos estos sincretismos se vienen haciendo en nombre de una falsa interseccionalidad que no es más que una “ventana de overton” por la que se cuelan antiguas formas de dominación. Hay una “mercancía averiada” que está pasando por el canal de la diversidad. Y esa mercancía son las distintas formas de acción y pensamiento que por diversidad entienden la producción neocapitalista y la objetualización de los cuerpos.

Una diversidad adornada con la retórica del futuro que hace creer a los descendientes de la nueva izquierda que la instrumentalización (hoy reenvasada como empoderamiento y autonomía) es emancipación. Presentando tales formas de diversidad teorías vanguardistas que no dejan de ser vástagos rizomáticos que destruyen desde adentro la posibilidad de avance social. Gran parte del concepto de diversidad que se está presentando en la América Latina lejos de vindicar la igualdad, es un nuevo parámetro para crear el moderno bloque hegemónico: los aculturizados. Los excesos multiculturalistas desde los que se asume la perspectiva decolonial en ese intento por construir un identitarismo puro, ignoran que la desigualdad pareciendo blanca, heterosexual o extranjera que también, es tan solo un perfil genérico de un modelo que ya no es el único. La perspectiva decolonial se centra desde décadas en los “meros modismos” subliminales de las culturas mayoritarias y no en el poder de la negativa aculturación que ya no se ejerce sobre identidades físicas. Sino sobre la infraestructura del pensamiento de los movimientos garantes de la emancipación.

La decolonialidad privilegia todavía la sincronía sobre la diacronía. El espacio físico sobre la sistémica del poder. Prioriza la coherencia entre los elementos simbólicos más que el análisis de como se adapta un pensamiento sobre otro. Colonización y aculturación son razas conceptuales y procesos de apropiación distintos. Por estas razones la decolonialidad no debe centrarse solo en la “multiculturalidad”. En solo señalar el hecho de que existen culturas que tienen derecho a la “pacha mama” que también es importante. Tampoco la identidad “postcolonial” debería significar “multiculturalismo”. La lógica de la dominación no puede solo vindicar que aún somos cautivos. No puede ignorar que nuestras culturas no son estáticas y que hace rato la hegemonía es sinónimo de aculturación por causa propia. Desde hace más de 200 años dejamos de ser identidades facciosas: indígenas, afros, etc., ninguno de estos pueblos, son incapaces hoy de construir una voluntad general de cambio. Nadie puede justificar tal impostura. Pero aún emancipados son extremadamente desiguales.

Tomado del canal Súper Cultura.

La colonización que había colocado sobre nosotros un estatuto precívico dejó de existir. Sin embargo, la sobrecarga postcolonial con la figura del “latino puro” “perla no perforada” y capaz de proteger su identidad cual “fósil viviente”, ignora que la desigualdad de este siglo no le interesa usurpar los sistemas socio-identitarios. Sino que, con síntoma morboso, pretende atravesar el pensamiento por explicaciones que están produciendo “apropiaciones selectivas”, que, aunque no niegan la ciudadanía, destruyen el sistema de pensamiento emancipatorio. Esto es mucho peor. La epistemología decolonial sigue miope con relación a esta perspectiva. Evita el estudio y la mención de la negativa aculturación y da por hecho que las neolenguas culturalistas son la única vindicación. Persigue un centro de dominación que desde décadas no está ubicado en la cultura europea o anglosajona. Sino que reside en grandes poderes políticos y económicos deslocalizados, incluso entre nosotros mismos, pero con capacidad de provocar desajustes, puntos de quiebre y disensos para hacer lo mismo: destruir la cultura emancipatoria.  

Dijo Wellmer, que “ninguna cultura escapa de los procesos de aculturación”. Tuvo razón. Hay buenos procesos de aculturación. Por ejemplo, en Colombia la apropiación voluntaria de la cultura anglosajona que llamamos “precedente constitucionalista” (Common Law) que ha sido capaz de coexistir con nuestro sistema legal (Civil Law). Y en toda América Latina, la apropiación selectiva de la cultura interamericana de protección de derechos como sistema complementario de nuestras tradiciones constitucionales. Sin embargo, no pasa lo mismo con los sistemas de pensamiento político. Estos deben darse desde la interpelación racional porque jamás parten de consensos comunes.

A manera de conclusión.

Para identificar la marginación social debemos romper con los malos proceso de aculturación que son el mecanismo de trasplante y perpetuación de la desigualdad en esta contemporaneidad. Así mismo es necesario renunciar a la obsesión con la colonización. Tenemos que poner en el centro a la epistemología histórica, la genuina, capaz de mostrarnos que, aunque dos razas conceptuales vayan juntas no significan que han salido del mismo árbol y que eso tampoco es diversidad progresista. Debemos entender que la dominación dejó de ser espacial y está deslocalizada. La América Latina debe abandonar el “etnonacionalismo” que es la música de fondo del relativismo cultural que llaman decolonialidad. Porque solo se agudiza una miopía epistémica que nos impide señalar los caballos de Troya que nos consumen desde adentro.

Solo desde una robusta política igualitaria de distribución unida a una de reconocimiento sustantivamente incluyente entre culturas, podremos construir un verdadero bloque contrahegemónico que nos lleve más allá de los identitarismos. A un mundo mejor. Donde los negativos procesos de aculturación no sean el esquema de captura de una sociedad que, como la nuestra, está atrapada entre la progresía, el postcapitalismo y los identitarismos. En apariencia nos hemos “descolonizado de todo”, menos de la desigualdad. Es el grito de independencia irresoluto de nuestros pueblos.

Por eso, tratándose de apropiaciones selectivas para lograr el cambio, necesitamos apelar a esa escala de interacción habermasiana cuyos principios para lograr una “situación ideal de habla” son: la no limitación, la no violencia y la seriedad. Donde la simetría entre participantes en el diálogo debe ser la condición de mayor relevancia. Solo desde este buen método, ensayado en sociedades con democracias consolidadas, podremos hacer coexistir sistemas de pensamientos sin la posibilidad de dominación. Así mismo, hay que trascender en la explicación y entender que todo lo que nos sucede es por nuestra propia causa. Porque, aunque Europa y Estados Unidos sigan importando procesos de aculturación lo anterior no es colonización. Esa cerró. Si dejó heridas que hay sanar y superar. No obstante, hoy, vivimos el momento de las “apropiaciones selectivas”, que bien o mal asumidas, pueden hacer avanzar o atrasar a la América Latina.

Puntuación: 4.5 de 5.

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