Por Jorge Villegas
Para la construcción de una reputación pública sólida y positiva se requieren diversos factores, algunos los podemos controlar pero otros son circunstanciales, es decir, solo podemos reaccionar ante un hecho inesperado. Pero vayamos por pasos, ¿qué es la reputación? Son todos los calificativos con los que se identifica una persona, producto, empresa o cosa, es decir lo que piensan las demás personas acerca de algo o alguien.
¿Cómo podemos decir si una reputación es sólida? Un grupo de personas logra definir bajo los mismos calificativos a una persona, producto, empresa o cosa.
¿Cómo calificamos una reputación como positiva o negativa?
Aquí lo maravilloso del asunto, las audiencias esperan ciertas características de esta persona, producto, empresa o cosa que van a calificar, es decir, si hablamos de una cosa: un exprimidor de limones, el consumidor espera que este aparato pueda sacar el mayor jugo del limón posible y que retenga las semillas del limón sin que caigan en su vaso, mientras el aparato cumpla con estas cualidades, la reputación del objeto será positiva; sin embargo, si dicho exprimidor se rompe al primer uso, no saca todo el jugo, lastima la mano al usarlo o no retiene las semillas enviándolas al vaso, la reputación de dicho aparato irá degradándose y termina siendo negativa.
El ejemplo del exprimidor de limones es muy sencillo, comprensible y nos podría llevar a pensar que será sencillo discernir entre una reputación buena o mala sin dificultad alguna. Pero, permítame explicar cómo se llega a una reputación entre personas, empresas o grupos sociales (incluso profesiones)

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Nuestra reputación se conforma en el contraste diario de nuestro decir (el discurso y las expectativas que creamos con el mismo) y nuestro hacer (los hechos que llevamos a cabo, los cuales puede o no justificar nuestro decir para los ojos de los demás). Por ejemplo: un joven de 14 años puede decirle a sus papás que le va a echar ganas a la escuela, sin embargo en el primer bimestre de evaluación, llegar con malas notas.
En primera ocasión, dicho estudiante podrá aplicar el mismo discurso: «ahora sí le voy a echar ganas» y los padres permitirán que el joven demuestre una vez más. Si en el segundo bimestre, el joven trae malas calificaciones, la reputación que se irá construyendo en la psique de los padres es de un mal estudiante, situación que los llevará a tomar las medidas que crean convenientes para solucionar esto.

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¿Qué pasa si las calificaciones son positivas? El estudiante tendrá una nueva oportunidad de solidificar una buena reputación con los padres tras el 3er bimestre de calificaciones, pues construir una imagen pública positiva y una reputación sólida lleva más esfuerzo y trabajo que tener una reputación negativa.
En ambas situaciones, reprobar o aprobar, los padres del joven irán mediando sus acciones para incentivar o corregir comportamientos deseados. A mejores calificaciones, más permisos y más libertades; a peores calificaciones, castigos y restricciones (generalmente).

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En la actualidad, todo es documentado, ya sea por medios de comunicación consolidados, agentes digitales o simplemente por cualquier miembro de la sociedad que cargue un celular, fomentando la distribución de contenidos que pueden (y han dañado) la reputación de los actores políticos, como ejemplo reciente tenemos el lamentable video de la secretaria de gobernación Olga Sánchez Cordero hablando con el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla.
En la política, se nos tiene acostumbrados a que el discurso no sea preciso y que tienda incluso a la mentira, en campañas este fenómeno se llega a potenciar. Los dispositivos móviles han traído a la ecuación pública un riesgo latente y un nuevo poder a la sociedad, nuestra misión como ciudadanía responsable es mantener a raya los discursos que pretenden vender utopías con la finalidad de crear adeptos y llegar al poder.

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Es importante que los actores políticos identifiquen los diferentes escenarios de su reputación pues esta irá fortaleciendo su sendero hacia puestos de mayor relevancia, ya sea de forma interna de cada uno de sus partidos y organizaciones o en los diferentes sectores de la administración pública.
La reputación e imagen pública, como lo hemos comentado, va en función de la fuente de percepción y de los objetivos, el reto es generar coherencia entra ellas:
Reputación actual: Representa lo que el político o partido político es y refleja en realidad para la sociedad y es consecuencia diversos factores socioculturales e históricos.
Reputación comunicada: Se basa en lo que el político o partido político dice que es (Que puede no ser coherente con la realidad).
Interpretación de la auto percepción: lo que el político o partido político creen de cómo lo ven los demás (Por lo general no coinciden).
Reputación esperada: Lo que los públicos esperan que sea el político o partido político (los públicos que habrá que segmentar y trabajarlos por separado ya que cada uno puede esperar algo diferente).
Reputación deseada: La forma en que el político o partido político quiere ser concebido por las audiencias.
Reputación ideal: Se refiere a la reputación óptima para la organización política según sus características, potencialidades, componentes, fortalezas y debilidades. Es coherente entre el dicho y el hecho que envuelven a dicho actor público.
En México tenemos ejemplos muy evidentes y frescos que nos permiten visualizar las diferencias entre el discurso (y la creación de expectativas) y la realidad (los hechos consolidados que sustentan el discurso), mismos que analizaremos a profundidad en la segunda parte de este artículo y nos permitirá tener un panorama perceptivo de los fenómenos públicos en los que nos vemos envueltos hoy en nuestro México así como el papel que ha jugado la coyuntura, los medios y las audiencias, porque como decía el escritor Edward Bono: “La percepción es real, incluso cuando no es realidad”.
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3 comentarios en “Del dicho al hecho (I)”