¿Comunitarismo o Colectivismo Sordo en las Sociedades Democráticas?*
Por Luis Miguel Hoyos Rojas
Sordismo y comunitarismo sordo: las diferencias.
A inicios de los 60‘s del siglo pasado se incorporó en casi todo occidente un modelo epistémico: la —socio-antropología—. Estalló en los Estados Unidos una fase reivindicatoria impulsada por distintos movimientos tales como: amor libre, hippie, ecologismo, rainbow family, afroamericanos; LGBTI, feminismo, etc.; estos reclamaron una explicación de su realidad que, en efecto, posibilitó la aparición conceptual de los «estudios sordos» acompasados a la misma fenomenología socioantropológica de la época. Los nuevos estudios sordos se centraron en el análisis del lenguaje, la cultura y la identidad creando conceptos innovadores tales como: «sordera», «deafhood» o «deaf culture» que definieron a las personas sordas como actores del ecosistema social.
Los estudios sordos significaron una revolución epistémica porque señalaron a la «comunidad sorda» como grupo humano preexistente en nuestros tipos civilizatorios, tal como lo afirmó LANE en 1984. Así mismo, levantaron el «estigma de la anormalidad sorda» conceptualizando que «no oír» es una diferencia genéricamente humana y no una limitación biológico-afectiva. Todo esto dio origen a la «antropología social de la sordera» con STOKOE (1960) que pasaría a afirmar que la comunidad sorda es una colectividad cultural, prescindiéndose de la explicación teórica de la «deficiencia auditiva» centrada en el oído. De tal análisis vimos emerger la sustitución del enfoque clínico por el —enfoque socio-antropológico— con sus principales explicaciones quienes establecieron las conceptologías que servirían de base al actual «enfoque de derechos».
Pues bien, todo el marco teórico que define a la persona sorda desde la perspectiva socioantropológica o cultural, responde a una tradición distinta al «Comunitarismo Sordo», el aparato conceptual que hasta la fecha se usa para definir a las personas sordas y sus comunidades es una teoría social y no una teoría política. Las categorías de análisis: «sordera», «deafhood» o «deaf culture» no son conceptos incardinados a la filosofía moral y política, son construcciones que definen la realidad sorda a partir de un tipo específico de identitarismo cultural y lingüístico. Los «estudios de cultura sorda» no definen al sujeto sordo desde una autoconciencia moral o política, describen un hecho social «los sordos son un grupo humano diferente», pero no explican la filosofía política que hizo compatible el «existir sordo» con la modernidad democrática.
En todas las sociedades políticas —antiguas y modernas— hay registros sobre la existencia de la condición cultural sorda, pero la «cultura sorda» por si sola, no desactivó la discriminación y opresión a las que eran sometidas las personas sordas y sus comunidades. La «kofofobia» —«kopho» sordo y «fobia» rechazo—, fue construida por grandes cabezas intelectuales como: Aristóteles, Lucrecio, Descartes, Rousseau y Kant quienes negaron a las personas sordas su existencia civil y política, aspecto que conllevó a que las comunidades sordas se levantaran contra la marginación kofofóbica. En tal sentido, aunque hoy se reconozca la igualdad de las personas sordas y sus comunidades, aún no se tiene conocimiento del pensamiento moral y político que se enfrentó (y sigue enfrentándose) a la kofofobia.

El «sordismo» es una teoría social de raíz socio-antropológica que define al sujeto sordo desde sus principales diferencias sociales: costumbres, lenguas y roles. El sordismo tiene de base al enfoque socioantropológico y es el producto acabado de la visión antropológica en los estudios sordos. Aunque el sordismo y la —sordedad— son válidas explicaciones teóricas son distintos al «comunitarismo sordo». El comunitarismo sordo es una teoría política de la igualdad de raíz ilustrada, que afirma que ningún ser humano perteneciente a la comunidad sorda debe ser excluido de ninguna libertad, bien o derecho a causa de su «sordera». Esta teoría política hizo su entrada en la Revolución Francesa y existe hasta nuestros días como una de las tantas tradiciones políticas de la Modernidad.
El comunitarismo sordo explica cómo se posibilitó la presencia de los sordos en la existencia democrática e informa sobre el propósito de los sordos en el mundo social y porque la existencia de sus comunidades, es compatible con los sistemas sociales que conocemos. También da cuenta sobre cómo las personas sordas reclamaron y construyeron su «capacidad política de ser», de ahí que tenga su raíz en la filosofía política ilustrada y no en la socio-antropología de los años 60‘s. El comunitarismo sordo surgió cuando Charles-Michel DE L’ÉPÉE usó los mecanismos racionalistas de Descartes para irracionalizar la discriminación y la opresión que se ejercía sobre las personas sordas y sus comunidades, y a diferencia del sordismo, ha tenido dos olas y habitamos en la tercera.
La «primera ola» fue el —Comunitarismo Sordo Ilustrado— (1766-1808), inició con DE L’ÉPÉE en la Ilustración y siguió con DESLOGES, SICARD, MASSIEU y BERTHIER hasta la Revolución Francesa. De esta primera ola proceden las categorías políticas que hoy conocemos: libertad, igualdad, no discriminación, derechos sordos, etc. Esta ola introdujo el discurso emancipatorio que liberó a los sordos de la ignominia kofofóbica, creó las definiciones «humano sordo» y «comunidad sorda» como categorías políticas de nuestra Modernidad democrática. Este primer comunitarismo sordo conocido también como el «comunitarismo filosófico», edificó el cuerpo teórico que proporcionó la definición moral de un ser humano sin existencia civil y una comunidad humana impalpable (persona sorda y comunidad sorda), horizontalizando la igualdad sordo-oyente que colocó la piedra angular de los llamados derechos educativos, civiles y políticos de las personas sordas.
La «segunda ola» fue el —Comunitarismo Sordo Incidente— (1880-1989), convirtió a las comunidades sordas en «movimientos sociales» de los sistemas sociales y democráticos. Fue el «comunitarismo de la incidencia» porque posibilitó que las personas sordas reclamaran sus derechos sociales, económicos y culturales usando la «incidencia política» como motor de la transformación social. La segunda ola ha sido la más visible, pues en ella vimos surgir las grandes asociaciones e instituciones de y para sordos en distintos lugares del mundo, como, por ejemplo, la Federación Mundial de Sordos (WFD), el Instituto Nacional para Sordos – INSOR (Colombia), la Federación Nacional de Sordos de Colombia – FENASCOL y visibles movimientos como «Deaf Power», entre otros. Este comunitarismo logró que las asociaciones y organizaciones de y para sordos se articularan en torno a un discurso que salió a las calles y exigió la igualdad formal ante el poder político. La principal victoria de este comunitarismo fue el reconocimiento de las lenguas, identidades y culturas sordas en la mayoría de las democracias occidentales.
La «tercera ola» o momento democrático en el que habitamos es el —Comunitarismo Sordo Contemporáneo— (1990-hoy), también conocido como el «comunitarismo de la paridad», este persigue la plenitud de la igualdad sorda no en términos jurídicos o políticos sino como vivencia del día a día. Este introdujo la paridad sordo-oyente que significa «igual méritos igual oportunidad entre sordos y oyentes» en el siglo XXI. Recordemos, la primera ola logró la igualdad de razón, los derechos civiles y políticos; la segunda el reconocimiento de los asociacionismos sordos como movimientos sociales y los derechos económicos, sociales y culturales; y, la actual ola busca implementar la igualdad conquistada, pero en términos reales y prácticos. Sin embargo, es la ola donde también el pensamiento sordo se dividió tratando de responder: con relación a los oyentes ¿igualdad o diferencia?
Cada ola del comunitarismo sordo ha propuesto una «agenda de cambio», esta es la que establece los parámetros comunes que afectan a cada individualidad sorda representada por la comunidad. El Comunitarismo Sordo Ilustrado tuvo como agenda la igualdad de razón, el acceso a la educación y el uso de la lengua de señas para probar la racionalidad sorda; el Comunitarismo Sordo Incidente tuvo como agenda la incidencia para el reconocimiento de los derechos económicos, sociales y culturales; y el actual, el Comunitarismo Sordo Contemporáneo, tiene como agenda la paridad y la igualdad material fortaleciendo el lugar de la persona sorda y sus comunidades en la construcción de la democracia compartida con los oyentes. Sin embargo, la agenda comunitarista sorda está, además, abierta por páginas diferentes en cada lugar del mundo.
La Federación Mundial de Sordos (WFD) representa la «agenda global» de las comunidades sordas, incide a nivel supraestatal para la consecución de políticas públicas para sordos. El propósito de la agenda global es asegurar la escolarización y las transformaciones políticas que los Estados tienen que hacer para garantizar la igualdad de las personas sordas y sus comunidades. Pero, cada país producto de la incidencia sorda interna, tiene una lucha y agenda de cambio distinta, así, por ejemplo, la agenda de Colombia no será igual a la de Egipto y la de Francia a la de México, hay sociedades políticas donde las comunidades sordas apenas impulsan la agenda de la primera ola, pero hay lugares como es el caso de Colombia, donde se impulsa la agenda de la tercera ola. El impulso que da vida a la agenda dependerá si el sistema político de base es una democracia, pues ahí donde no exista la democracia el comunitarismo sordo no tiene condición de posibilidad.
Comunitarismo sordo político y comunitarismo sordo cultural
En los Estados Unidos se redujo a dos periodos el comunitarismo sordo y dada su incardinación socio-antropológica fue llamado «Colectivismo Sordo». Este último no parte de las «agendas de cambio» sino de la cultura como motor de la transformación social. El periodo de la historia política sorda de Norteamérica, se explica desde el Colectivismo Sordo del siglo XX y el Colectivismo Sordo del siglo XXI. Esta periodización oblitera todo el comunitarismo sordo explicado anteriormente, es decir, ignora sus tres grandes olas como narrativa politológica. Los Estados Unidos inicia la historia política sorda entre 1900 y 1990 (primer periodo) y a partir del 2000 (segundo periodo). No es que el comunitarismo sordo estadounidense carezca de datos, simplemente entiende por comunidad sorda la concurrencia de las personas sordas como colectivo en las calles, la interacción asociativa y su repercusión social.
En los Estados Unidos se ignora que el comunitarismo sordo apareció en la Ilustración Europea del siglo XVIII, esto se debe a que no hubo fase ilustrada en Norteamérica y la tradición explicativa sordo-estadounidense, jamás ha estado relacionada con una teoría política capaz de explicar que los sordos constituyen un tipo de «comunitarismo» tan paralelo al francés de la Revolución Francesa. En los Estados Unidos se desconoce, por ejemplo, que DESLOGES creó el concepto «comunidad sorda» en 1779 para afirmar que, así como la sociedad oyente se agrupaba en comunidades, los sordos también se unían en torno a una comunidad y agenda de cambio para exigir transformaciones sociales. Toda esta oclusión de la filosofía política sorda hace que los Estados Unidos (y gran parte de América Latina) afirmen que la comunidad sorda es un movimiento surgido en el «setentaiochentismo» de los movimientos revolucionarios de inicios de los años 60‘s del siglo pasado. Por lo que olvidar al comunitarismo sordo, sobre todo su «fase ilustrada» (1766-1808), restringe el campo de estudio.
Ignorar al comunitarismo sordo político, es negar que las comunidades sordas han sido un movimiento de enorme trascendencia social y filosófica, dando por hecho que los sordos no plantearon la irracionalización de su naturaleza inferior una vez apareció el pensamiento político ilustrado. Desde la primera ola del comunitarismo sordo nada volvió a ser «anormal» para las personas sordas y sus comunidades, es cierto que las victorias comenzaron después: los derechos educativos, civiles y políticos; económicos, sociales y culturales —lo que fue sin duda la segunda y tercera ola— pero, todo inició en la Ilustración y esta cambió el estado de la cuestión aportando la filosofía política que posibilitó las posteriores victorias igualitarias sordas. Fue el comunitarismo sordo el que realizó el cambio de perspectiva y por eso marcar las tres olas nos revela el verdadero origen.

Sordos y oyentes: ¿en guerra?
El sordismo parte del «paradigma de la diferencia» mientras el comunitarismo sordo del «paradigma de la igualdad». Algunos defensores del sordismo cierran cualquier posibilidad de interpelación, cooperación y trabajo articulado con las personas oyentes, rehúsan a compartir espacios de interacción advirtiendo sobre la «pérdida identitaria sorda» y por ello, desprecian la colaboración de cualquier persona que no sea sorda.
Algunos defensores del sordismo o colectivismo sordo, en ocasiones, tergiversan la razón negando el apoyo histórico que algunos oyentes han hecho a la defensa de los derechos y libertades de las personas sordas y sus comunidades. Los «sordistas radicales» o «comunitaristas sordos culturales» señalan a los oyentes como si estos fueran el enemigo. El uso excesivo del paradigma de la diferencia los motiva a defender un utópico «mundo sordo» del que quedarán excluidos los oyentes. Lo anterior se debe a que, al prescindir de la filosofía política, el sordismo pierde los insumos reflexivos para poder separar a los oyentes del «oyentismo» no concibiendo que este último es un sistema de discriminación y opresión. El sordismo ignora que todos los sistemas sociales que conocemos fueron construidos políticamente por la tradición oral, pues el mundo que sabemos está edificado por «identidades auditivas» cuya explicación racional exige oír para poder ser aceptados como normal. Así, por ejemplo, lo expresó DESCARTES cuando advirtió: «el sentido común no se puede desarrollar sin oír una lengua».
Históricamente, tres han sido los grandes sistemas de opresión y discriminación social: el sexo, la raza y la clase social. La vindicación contra la opresión del «sexo» viene del feminismo, contra la «raza» de la teoría crítica de la raza y contra la «clase social» del marxismo, entre otras teorías políticas. Hoy podemos identificar un cuarto mecanismo de opresión y discriminación: la audición. El oyentismo es el sistema construido por la audición o «razón oyente» que excluye a los sordos de la comprensión universal del mundo —de ahí que la educación para sordos tuviera que ser creada para irracionalizar la marginación de la educación general—, por lo tanto, la defensa contra la abolición de la audición como mecanismo de opresión viene del comunitarismo sordo, y por esta razón es una teoría política de la igualdad tan parecida, por ejemplo, al feminismo.
El «patriarcado» es el sistema que justifica la opresión y discriminación de las mujeres, de la misma manera el «oyentismo» justifica la opresión y discriminación de los sordos y sus comunidades. El oyentismo jamás ha creído en la «identidad sorda» como diferencia humana, sino que concibe que la sordera es una anormalidad que debe ser extirpada médica y políticamente, esta fue la razón que justificó la aparición del «enfoque clínico», la «oralización» y las políticas públicas que patologizaban a las personas sordas. La razón patriarcal legitima la violencia, techos de cristal, invisibilidad y negación de los derechos de las mujeres; la razón racista reivindica la supremacía de ciertos grupos humanos sobre otros y, la razón oyentista legítima la «audición» como mecanismo de exclusión para las personas sordas y sus comunidades. Así como el patriarcado usa la categoría «sexo» para excluir a las mujeres y el racismo a la «raza» para segregar a ciertos grupos humanos; el oyentismo utiliza la categoría «audición» para discriminar y oprimir a las personas sordas y sus comunidades.
Patriarcado, racismo y oyentismo tienen algo en común, en efecto, son sistemas de opresión y discriminación que operan a través de distintos mecanismos de exclusión social, por lo tanto, es necesario comprender que el oyentismo no es solo la condición que permite oír, son también las acciones y decisiones socio-políticas que legitiman la inferiorización de los sordos, porque los sistemas sociales que conocemos están construidos por identidades auditivas que excluyen la identidad sorda como construcción genéricamente humana. Así mismo, es meritorio comprender que oyentismo y oyentes no son lo mismo ni pueden confundirse, pues una cosa son los sistemas de opresión/discriminación y otra los seres humanos que pueden oír.
Fijémonos, el feminismo precisa no confundir al patriarcado con los varones, aunque los varones lo hayan creado y detectado históricamente; la teoría crítica de la raza diferencia el supremacismo blanco de las personas blancas y de la misma manera, el comunitarismo sordo diferencia el oyentismo de la persona oyente, aunque los oyentes hayan impuesto la razón oyentista desde siempre. La razón oyentista es un proceso de normalización que patologiza socialmente a la sordera, somete a la persona sorda al borrado de su identidad cultural y le impone asumir una identidad auditiva. De ahí que el oyentismo incentive la oralización, prohibición de la lengua de señas y el exterminio de la educación para sordos como en 1880 lo pretendió bajo el lema «el signo mata la palabra» el Congreso de Milán.
El comunitarismo sordo entiende que ser sordo u oyente es una diferencia genéricamente humana, afirma que la igualdad sorda es posible cuando los oyentes pierden la capacidad de ejercer la razón oyentista sobre las personas sordas y sus comunidades, aspira a la desactivación del oyentismo para imposibilitar la imposición de la identidad oyente sobre la sorda, pero jamás ha buscado la desaparición de las personas oyentes porque «el enemigo es el oyentismo no la persona oyente». Lo que se pretende erradicar desde el comunitarismo sordo es la audición como mecanismo discriminatorio y opresivo, pues sordera y audición son situaciones protegidas constitucionalmente. En tal sentido, lo que no tiene justificación democrática es usar la audición como parámetro de superioridad de los oyentes para excluir de los espacios de igualdad a las personas sordas, esto último es lo que ha venido ocurriendo durante años.
El comunitarismo sordo desde hace 300 años viene irracionalizando la razón oyente que discrimina y oprime, pues al desactivarse al oyentismo como forma de poder, se dejará sin efecto la audición como mecanismo de discriminación y opresión de los sordos. La desactivación de la audición como mecanismo de exclusión permitirá comprender que oír no es la regla general de uso social y, por lo tanto, la lengua de señas es una forma racional de construir vida y pensamiento como lo afirmó DE L’ÉPÉE en la Ilustración. El comunitarismo sordo pretende que las personas sordas compartan el mundo en igualdad de condiciones con las personas oyentes, de ahí que haya promovido antes que la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, los llamados —ajustes razonables para sordos—; estos son la adaptación política de la sociedad oyente para compartir el espacio socio-democrático en igualdad de condiciones con las personas sordas y sus comunidades, por esta razón, el comunitarismo sordo es una forma política de habitar el mundo.

Comunidad sorda y oyentes: ¿juntos o separados?
El comunitarismo sordo reconoce la presencia y militancia de los oyentes en la comunidad sorda, aspecto que no es de recibo para los radicales que vindican la diferencia. Esto se debe a que los comunitaristas sordos culturales al centrar la existencia de los sordos en la cultura, desconocen dos macrocategorías que explican los tipos de sujetos que podemos encontrar en un movimiento de emancipación social como la comunidad sorda. Si en efecto reconocemos que la comunidad sorda es también un movimiento de emancipación encontraremos: a) el sujeto de la vindicación y b) los sujetos de la militancia.
Se denomina «sujeto de la vindicación» al sujeto-centro de la defensa (vindicación) del movimiento social, en el feminismo este sujeto político es la «mujer», en el movimiento Indigenista los «indígenas», etc., en el Comunitarismo Sordo el sujeto de la vindicación es la «persona sorda». Por otro lado, está el «sujeto de la militancia» estos son los que empujan la agenda de cambio del movimiento social pues en todo proceso igualitario se necesita de aliados para hacer posible la igualdad como proyecto democrático. Así como el feminismo señala la necesidad de aunar esfuerzos entre los géneros para lograr la igualdad en condiciones, el comunitarismo sordo de la misma manera, reconoce la necesidad de contar con oyentes para posibilitar la igualdad sorda como proyecto estable. Por lo tanto, una persona oyente puede ser sujeto de la militancia de la comunidad sorda si se entiende identificado y acepta como verdad política la igualdad de las personas sordas.
La historia política nos brinda el registro de oyentes que han contribuido a la visibilidad y posicionamiento de las personas sordas y sus comunidades, por tanto, si se afirma que los oyentes no pueden militar en pro de la igualdad de las comunidades sordas es tanto como afirmar que, en el feminismo, no militan varones a favor de la igualdad de las mujeres, ¿quién podría afirmar que el oyente DE L’ÉPÉE no estaba convencido de la igualdad de las personas sordas y sus comunidades? o ¿acaso olvidaremos a SICARD y MASSIEU, sordo y oyente, que defendieron juntos los derechos de las personas sordas y sus comunidades en plena revolución francesa?
Cerrar la comunidad sorda a las personas oyentes es una mala estrategia que destierra a las personas sordas de la concordia social y democrática. Además, es un peligroso —solipsismo cultural— que impide construir reflexiones compartidas con la sociedad democrática. Una persona oyente no puede ser descalificada para militar entre los sordos solo porque puede «oír», así como tampoco, una persona sorda puede ser descalificada por la sociedad oyente por su «sordera», pues todo sistema de exclusión (sordista u oyentista) está proscrito democráticamente. Toda persona sorda que excluye de la comunidad a un oyente por razones de la audición pasa a reproducir la misma discriminación que ha recibido del sistema oyentista, prescindir de un oyente solo por su condición es «supremacismo sordo», un remedo del —supremacismo oyente—, al que se ha enfrentado históricamente la comunidad sorda.
Las personas oyentes pueden hacer parte de la comunidad sorda y su movimiento social, pero respetando la cultura y formas de pensamiento sordas. En mi opinión, deben quedar excluidos aquellos que intenten sustituir, borrar u ocupar al sujeto de la vindicación sorda, tratándose de oyentes, aquellos que pretendan aculturizar a las personas sordas desde la «razón oyentista». Fuera del anterior contexto, todo lo demás que pretenda justificar la imposibilidad de pertenecer a la comunidad sorda, es un peligroso relativismo cultural más parecido a una guetización que en nombre de la cultura sorda se levanta como frontera étnica. Una cosa es la frontera que impide compartir espacios culturales y otra es el respeto recíproco a la idiosincrasia cultural, pero en algunos sordos hay más de lo primero.
En la actualidad hay personas sordas que, de ser posible, exigirían «visas» para poder entrar a la comunidad, como de la misma manera existen oyentes que pretenden aculturizar a los sordos para poderlos admitir socialmente. Sordos y oyentes deben compartir escenarios comunes es un principio básico de la democracia moderna, pero tal compartir debe darse desde una interpelación racional e igualitaria, es decir, actuar como «iconos horizontales» para así evitar la supremacía de los oyentes sobre los sordos o de los sordos sobre los oyentes. El comunitarismo sordo afirma que no se pueden levantar barreras étnicas entre sordos y oyentes, venimos de un mundo (antiguo) donde la práctica era estar separados sin posibilidades de interacción social y política. Por lo tanto, aunque aceptamos nuestras diferencias es válido tener presente que los excesos de relativismo cultural son los que entorpecen el diálogo entre sordos y oyentes impidiendo avances igualitarios y civilizatorios. Sordos y oyentes somos distintos, pero genéricamente humanos, coexistimos gracias a la democracia y por eso debemos aprender a compartir el hábitat común sin negar que el mayor esfuerzo igualitario lo debe hacer la sociedad oyente porque todavía es mayoritaria.

Colectivismo vs. comunitarismo sordo: ¿cultura o bienes universales?
El pensamiento de la diferencia sorda, propio del sordismo, al prescindir del comunitarismo sordo ha planteado la existencia del «Colectivismo Sordo». Como afirmé, hace décadas el canon producido en los Estados Unidos dio saltos temporales y conceptuales evitando la mención y el estudio del comunitarismo sordo. Digamos que, de alguna manera y por racionalismo, alguien parte de su propio nacimiento y da por hecho que lo que ha visto es lo único que existe. Pues bien, al no haber nada particular para los sordos en la fase ilustrada norteamericana, el canon situó la aparición de las comunidades sordas a partir de los movimientos sociales de los 60‘s y 80‘s del siglo pasado, esta es la razón por la que el comunitarismo sordo no existe en la conceptología estadounidense.
En los Estados Unidos las olas del comunitarismo sordo fueron obliteradas y, en consecuencia, todo el pensamiento sordo-ilustrado desapareció (primera ola), el Incidente (segunda ola) fue empequeñecido pasándose a llamar «colectivismo» y, al llegar el comunitarismo sordo contemporáneo (tercera ola), se reajustó el canon teórico. Canon aceptado: KYLE, WOLL, LADD, MINDESS y LANN cuya continuidad teórica está basada en la explicación socioantropológica y no política, es decir, han definido a la comunidad, pero no a su comunitarismo. El canon propuesto en los Estados Unidos redujo a DE L’ÉPÉE a la perspectiva educativa y descartó todo el pensamiento político ilustrado de DESLOGES, SICARD, MASSIEU y BERTHIER. Ocurrió una reinvención de la política sorda que rompió con la filosofía política nacida en la Ilustración y el canon sordo-gringo a la postre, se acompasó con cierta atención a las filosofías post-estructurales de BOAS, DERRIDA, FOUCAULT y LACAN, tal plantilla permitió que los estudios sordos fueran a parar al relativismo cultural basándose en la etnografía/simbología del «deaf culture» o «deafhood» que lo dominó todo. La antropología, el posmodernismo, el psicoanálisis y el deconstruccionismo dominaron el universo explicativo sordo, aparecieron los conceptos de identidad, diversidad y comunidad lingüística y estos reemplazaron a la filosofía de la emancipación sorda basada en la libertad y la igualdad.
El nuevo canon se centró en una disertación cultural que es patente en la mayoría de las comunidades sordas de América Latina, discurso que afirma que la comunidad sorda no es una construcción política sino una identidad asociativa y cultural, tesis que era de esperar. Se puede afirmar de esta manera porque, quien define la existencia de una comunidad solo usando bases post-estructurales o socio-antropológicas, tiene siempre esa extraña tendencia a afirmar que la comunidad que estudia no tiene orígenes filosóficos-políticos sino culturales-comunitarios. Todo esto produjo la despolitización del pensamiento de las comunidades sordas en los Estados Unidos, pasándose del comunitarismo sordo político al comunitarismo sordo cultural o «colectivismo sordo» como es llamado allá, aunque colectivismo y comunitarismo no son lo mismo.
El colectivismo, advierte CAPELLA, define que la vida de un individuo pertenece a los demás, esta definición fue recogida en los estudios sordos por MINDESS (2000) al avalar que las culturas sordas son colectivistas y condicionan las individualidades sordas. El colectivismo sordo basa su explicación en la identidad cultural y lingüística, afirmando que los sordos son un combinado social porque tienen una cultura que los une para movilizarse por sus derechos colectivos. Precisa que la cultura sorda es colectiva porque tiende a la universalidad, es decir, que los sordos de España o Estados Unidos pueden compartir intereses con los de Colombia porque la cultura es el elemento universal que los ensambla para impulsar una causa colectiva de bienestar mayor.
El colectivismo sordo explica que la alianza de las personas sordas más que conformar una «comunidad» da origen a un «colectivo» unido por relaciones socio-culturales, llama relaciones socio-culturales a los códigos culturales que los sordos utilizan para construir el cooperativismo que impulsa su movimiento grupal. Sin embargo, esta perspectiva colectivista tiene un esclarecimiento político que no ha sido objeto de revisión en América Latina. Nunca hay que perder de vista que todos los grupos y movimientos sociales toman de base la gran teoría política que les sea contemporánea, en los Estados Unidos, por ejemplo, impera el liberalismo como fundamento de la sociedad democrática. La teoría política liberal se afianza en la individualidad de cada persona para construir su proyecto de vida, todo liberalismo es por naturaleza resistente a los societarismos y comunitarismos, pues liberalismo y socialismo, son tradiciones políticas distintas y el liberalismo ha visto en los comunitarismos la «amenaza socialista», pues bien, sobre la plantilla liberal está construido el colectivismo sordo.
Al analizarse, por ejemplo, el discurso colectivista-sordo de los Estados Unidos, este parte de una interpretación liberal que afirma que cada persona sorda es «individual» y se agrupa solo para exigir «derechos colectivos», pero una vez se reconocen tales derechos se acaba la colectividad. El liberalismo de los Estados Unidos, aunque permite la demanda colectiva a la que llama movimiento social, niega la posibilidad de reconocer «comunidades políticas» por el temor a la amenaza socialista, por esta razón el colectivismo sordo norteamericano hace énfasis en la existencia del «movimiento social sordo» y no en el reconocimiento de la «comunidad política sorda».
En la perspectiva colectivista-sorda la unión de individualidades sordas es una característica y no conforma una «estructura política» susceptible de ser reconocida como comunidad políticamente organizada. El colectivismo sordo coloca el énfasis en la individualidad sorda (plantilla liberal) afirmando que solo es necesario conformar un colectivo para exigir derechos comunes sin que eso implique el reconocimiento del colectivo como comunidad política, perspectiva que es opuesta al comunitarismo sordo. El comunitarismo sordo no busca el exclusivo fortalecimiento de la individualidad, identidad o cultura sorda, no busca que haya más sordos «sordo-culturizados» en el mundo, tampoco hace énfasis en lo que las personas sordas hacen con su cultura y como sus roles los separan de los oyentes. El comunitarismo sordo es una teoría política de la «ciudadanía» y lo que esta comporta como resultados sociales y políticos en las personas sordas. Es una manera especial de acomodo de la teoría de la democracia que explica las consecuencias de la igualdad para las personas sordas y sus comunidades.

A diferencia del colectivismo sordo, el comunitarismo sordo, concibe que la comunidad sorda no es solo una relación cultural basada en grupos de interés. Explica que la unión de personas sordas logra construir una «comunidad política organizada» —la comunidad sorda— a la que el Estado y la sociedad civil otorgan reconocimiento como actor social de la democracia. Así mismo, declara que la comunidad sorda es una «estructura social» que reúne y representa a distintos sujetos de derechos que comparten la idea de igualdad para cada persona sorda existente, precisando que, al ser reconocida políticamente la comunidad, se convierte en la máxima interlocutora ante el poder político para tramitar la agenda de cambio aplicable a cada persona sorda que representa.
El comunitarismo sordo afirma que las personas sordas no solo se unen por lazos culturales y/o lingüísticos, explica que la comunidad sorda se forma para hacer incidencia por los «bienes universales». Los bienes universales son todas las libertades y derechos tales como: educación, trabajo, justicia, salud, etc., que son de aplicación universal para sordos y oyentes, pues vienen definidos por las cartas constitucionales y, por lo tanto, tal universalidad no puede excluir a las personas sordas. En tal sentido, los bienes universales como la educación, cultura, lengua, etc., se han hecho posible porque la comunidad sorda exigió ante el poder político, la aplicación de aquellos para cada individuo sordo que representa, porque las vidas sordas no se reducen a cultura sino a la exigencia de la igualdad en condiciones, de ahí que el comunitarismo sordo sea un «igualitarismo político». El comunitarismo sordo advierte que el Estado debe reconocer a la comunidad sorda no como un estricto colectivo social, sino como un como actor comunitario de la sociedad civil para que la incidencia sorda pueda plantearse desde el nivel institucional adecuado.
En otras palabras, la agenda de cambio social para sordos debe ser presentada por una comunidad situada al mismo nivel de importancia democrática que las demás instituciones políticas existentes, a efectos de que el Estado legitime la representación universal de todos los sordos que la comunidad representa. Un ejemplo para aclarar las diferencias entre colectivismo y comunitarismo sordo, es el análisis de la incidencia política de las «comunidades indígenas». Los integrantes de estas comunidades tienen personalidades, características y formas distintas de vivir su individualidad. Sin embargo, a la hora de exigir una transformación social mayor, no es la «identidad cultural indígena» lo que tales comunidades usan para demandar su igualdad, sino su calidad de «sujeto de derecho» organizado comunitariamente ante el Estado.
Las demandas de acceso a bienes universales presentadas ante el Estado por las comunidades indígenas han logrado la emancipación de tales grupos minoritarios, de ahí que el «indigenismo» sea también un tipo de comunitarismo político. En tal sentido, ¿no es esto lo que hacen las comunidades sordas cuando exigen sus derechos ante el Estado? Si es así, valdría la pena preguntarnos, ¿por qué se sigue conceptualizando la lucha sorda desde la perspectiva cultural cuando realmente es política? o ¿por qué el enfoque actual que exige la igualdad ignora al comunitarismo sordo? La Corte Constitucional Colombiana, de manera exclusiva en toda América Latina, definió a la comunidad sorda como una estructura política integrada por sujetos de derechos que se presenta ante el Estado como una comunidad organizada, declarando que las comunidades sordas están situadas en el mismo nivel de protección e importancia constitucional que las demás comunidades existentes en el país (como las indígenas). En tal sentido, ¿qué significa tal reconocimiento? La ratificación de la comunidad sorda colombiana como una de las tantas comunidades políticas que presenta ante el Estado demandas de bienes universales que, de ser reconocidos, mejoran las condiciones individuales de todas las personas sordas que representa.
Así las cosas, cabe hacer otra reflexión, ¿es el reconocimiento hecho por la Corte constitucional, comunitarismo o colectivismo sordo? Por más que algunos pretendan seguir justificando lo injustificable, en Colombia hay comunitarismo sordo y nuestra tradición es distinta a la colectivista-sorda de los Estados Unidos. El Comunitarismo Sordo Colombiano es «político» caracterizado por una fuerte tradición igualitaria, muy diferente, por ejemplo, al Comunitarismo Sordo Estadounidense quees «cultural», arraigado en la identidad liberal y mayormente incardinado al colectivismo que al pensamiento comunitarista. Por lo que explicar el comunitarismo sordo colombiano desde la perspectiva sordo-colectivista de los Estados Unidos, es una imprecisión política y conceptual, pues en Colombia hay comunidad sorda y no colectivismo sordo.

En el sistema constitucional colombiano las personas sordas son sujetos individuales y comunitarios de derechos, es decir, están reconocidos en su individualidad y comunidad. Además, no están reducidas a identidades asociadas solo por una cultura común, como es la tradición de los Estados Unidos, en Colombia, la cultura colectiva de las personas sordas solo es un rasgo de la identidad comunitaria, pero no es el motor central que impulsa el mejoramiento de sus condiciones igualitarias. Lo que impulsa el cambio social de las personas sordas es la vindicación de la igualdad en condiciones. No hay que perder de vista que la cultura sorda no es sinónimo de autonomía sino de diferencia social y lo que emancipa civilmente es la igualdad, no la diversidad cultural como vivencia personal.
La cultura sorda no estabiliza la igualdad, es un bien universal como lo son también: la educación, el trabajo, el acceso a la justicia, etc., que ha sido reconocido porque los sordos exigieron el reconocimiento de su diferencia ante la realidad democrática mayoritaria. Si embargo, diferencia cultural e igualdad no son equivalentes ni explican lo mismo. La cultura sorda como cualquier otra es una diferencia social susceptible de reconocimiento y protección, pero una vez reconocida no agota la desigualdad estructural que padecen los sordos.
Las comunidades sordas colombianas piden hoy la materialización de la igualdad y no el reconocimiento de su diferencia cultural, esta última está reconocida legal y constitucionalmente, la cultura sorda por sí misma no ha logrado la desactivación de la desigualdad estructural de las personas sordas y sus comunidades, porque la superación de la desigualdad y la reivindicación de la cultura son procesos sociales y constitucionales diferentes. Siento mucho discrepar de Paddy LADD, pero el oyentismo no es una persona y la cultura sorda por sí sola no logra la igualdad, logra el reconocimiento del sordo como realidad social disímil del oyente. No obstante, pese a tanta cultura sorda reconocida, el gran derecho inconcluso para los sordos sigue siendo la autonomía y esta solo la posibilita la vindicación de la igualdad.
Los niños, niñas y adolescentes sordos privados de su primera lengua; la inexistencia de escuelas para sordos; sordos jóvenes y adultos sin empleos; sordos en pobreza extrema; la violencia contra las mujeres sordas; ancianos sordos excluidos de los sistemas pensionales; profesionales sordos sin aspiraciones laborales; sordos en mandos medios, etc., no es producto de la negación de una identidad cultural o lingüística, están en una situación de déficit porque se les está negando, pese a la existencia de la cultura sorda reconocida, su condición de sujetos de derechos y de ciudadanos. Se les excluye del espacio de la igualdad y no del reconocimiento de su diferencia cultural, el problema no es el reconocimiento de la cultura sorda sino la materialización de la igualdad. Por tal motivo es descabellado pensar que, solo reivindicando la cultura, es suficiente para desactivar toda la opresión y discriminación a la que se someten a diario millones de personas sordas en el mundo.
La comunidad sorda debe volver a sus orígenes filosóficos y políticos, no demandando su inclusión desde una defensa cerrada basada en teorías de las identidades y los deseos de quienes al asumir la equivocada idea de que la igualdad se logra a partir de rasgos socioculturales, han dejado de promover la identidad política sorda para dar paso a un culturalismo sordo. La política de las comunidades sordas debe avanzar hacia un nuevo discurso, uno que vindique una teoría política de la igualdad y no solo una exclusiva teoría social de la diferencia, pues diferencia e igualdad persiguen reconocimientos distintos.
Sobre Luis Miguel Hoyos Rojas
Ex Subdirector General del Instituto Nacional para Sordos – INSOR (Colombia).
Youth Leadership Award 2020 The Washington Academy of Political Arts & Sciences (USA). Consultor Internacional en Política Pública e Inclusión de Personas con Discapacidad, actual Consultor de Handicap International (Humanity & Inclusion). Profesor de Derecho Constitucional, Feminismo, Filosofía Moral y Política. Máster en Derecho Constitucional con énfasis en Estudios Políticos del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de España (CEPC) y Master of Laws (LL.M) de la Universidad de Harvard. Doctorando en Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid. Contacto: hoyoslm@gmail.com.
*El artículo es parte del libro resultado de investigación: “Comunidad Sorda en Disputa: “Vindicación de una Teoría y Tradición Política de la Modernidad” (Editorial Ibáñez, 2021). Obra destacada en el marco del reconocimiento que “The Washington Academy of Political Arts & Sciences” (USA) otorgó al autor en la calidad de “Youth Leadership Award 2020” (Oscar de la Política) por su contribución a la igualdad de las comunidades sordas en Colombia.