Por Rafael Coral.
A finales de 2019, una pandemia azotó al mundo, nos vimos obligados a poner en pausa nuestras vidas y recluirnos en nuestros hogares para evitar contagiarnos, los gobiernos del mundo no sabían que hacer, cómo reaccionar, la experiencia del H1N1 no había sido suficiente, se piensa entre salvar la vida de las personas o la economía del país, mientras tanto los científicos de todo el mundo trabajan para encontrar una vacuna que pueda detener el avance del contagio.
El virus, resultó un ser democrático, hombres y mujeres por igual, ricos y pobres, famosos y desconocidos, se han visto contagiados con la enfermedad.

Las calles del mundo lucieron desoladas, de apoco, los animales fueron apareciendo en las ciudades, un fuerte mensaje hacia nosotros, pues ahora ellos, son los que se pasean libremente mientras nosotros permanecemos enjaulados.
Pasan los días, los meses, y de a poco, los médicos convocados para luchar contra esta situación empiezan a tener bajas, renuncian a su familia, amigos, a poder regresar a casa y dormir en sus camas, pero se mantienen estoicos en el campo de batalla, de a poco, los hospitales empiezan a colapsar, para nadie es un secreto, por lo menos en México, que el sistema público de salud lleva años rebasado, pero ahora la ola de pacientes supera a cualquier sistema de salud del mundo, se construyen hospitales en una semana, se habilitan, foros, centros de convenciones, se pide apoyo al sistema privado y a los militares para que atiendan a la población, abriendo nuevos frentes para paliar el problema.

La sociedad civil, tiene una única responsabilidad, quedarse en casa, pero aquellos que no pueden hacerlo, salen a jugársela con la esperanza de no contagiarse ni contagiar a los suyos y ver un día más, los cubre bocas y el gel antibacterial son las armas con las que cotamos para detener el avance del contagio, pero sin darnos cuenta, y de apoco, un nuevo enemigo se apodera de nuestras familias, las enfermedades que ya se tenían antes del día cero, problemas cardiacos, renales, etcétera, todas las citas son canceladas y se le pide a la gente que resista, los hospitales se niegan a aceptar a más personas, pero como podrían hacerlo si ya están muy por encima de su capacidad, hay que recorrer toda la ciudad para encontrar un lugar donde puedan atender a nuestro familiar. Entonces sin que se nos diga pero la orden que recibimos es, queda prohibido enfermarse (de lo que sea).
Un segundo enemigo surge también en las entrañas del hogar, la familia, ese grupo de extraños a quien se saluda en las mañanas y por las noches, ahora nos vemos obligados a convivir 24/7, las denuncias por maltrato familiar se multiplican, los casos de mujeres asesinadas por sus parejas también crecen a diario.

Todos los días se dan cifras, de contagiados y fallecidos, con base en ello, los gobiernos deciden autorizar la reactivación económica, la sociedad puede regresar al trabajo, abrir locales y negocios pero con la condición de que el aforo sea menor al 50%, clientes en barberías y estéticas, hablan con los dueños para saber si pueden cerrar el local cuando vayan a arreglarse el cabello, con miedo, se sale a las calles, el miedo, se vuelve otro rival a vencer, se duda si asistir a un restaurante o continuar ordenando comida para llevar, todos queremos regresar a la normalidad pero el bichito de la ansiedad social ya está ahí.
Se han establecido nuevas normas del juego, y se han adoptado nuevos rituales de salud, como llegar a casa y desinfectar el calzado, cambiarse de inmediato de ropa, bañarse, desinfectar el celular o las llaves, incluso el dinero, se hace ejercicio en casa, se mejora la alimentación, se toman suplementos vitamínicos todo con el fin de evitar ser parte de las estadísticas.

Tal vez siempre debimos de haber hecho estas acciones, pero como el ser-maquina que éramos pensábamos que siempre habría un médico para indicarnos que estaba mal con nosotros, que nos daría una pastilla y podríamos continuar con nuestras actividades, ¿a cuántos de nosotros se nos permitió faltar al trabajo o la escuela por una “gripita”? ahora abrimos los ojos y nos damos cuenta de las repercusiones de la falta de atención a nuestra salud, las visitas al médico tendrían que ser programadas o en caso de emergencias, pero no para que solucione cada uno de nuestros problemas.
Se viene una oleada de cambios que priorizaran la calidad antes de la cantidad, ya se habla de que los turistas tendrán que pasar controles sanitarios, que las empresas fomentaran el trabajo en casa para su personal que pueda hacerlo, algunos han aprovechado sus talentos fabricando objetos que luego venden por internet.
La pandemia nos ha enseñado que debemos de repensar el modelo económico, político, social, cultural y de salud. Para los que ya somos adultos vamos sobre la marcha, pero para los pequeños el aprender a cuidar su salud es prioridad, no pueden aprenderlo solos, necesitan de su familia, escuela, comunidad, amigos y Estado.
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2 comentarios en “COVID-19, ¿el fin del ser máquina?”