La democratización sexual

¿Es sucio el sexo? Solo cuando se hace bien. 

Woody Allen

Por Óscar Cuevas

Mi abuela decía que tenía que buscar una mujer hacendosa, que supiera planchar, coser, tejer y lavar la ropa. Que no saliera de noche ni usara faldas cortas ni escotes pronunciados. Afirmaba que las féminas debían tener solamente una pareja sentimental primero, sexual después. Creía en la Virgen, los Santos y la capacidad curativa encontrada dentro de una gordita de nata de domingo.

Me pregunto qué pensaría mi abuela de las mujeres mexicanas post-modernas. Más aún, qué pensaría de los transexuales-heterosexuales modernos o de las mujeres-lesbianas. Seguramente no compartiría mi opinión. No los vería como agentes de cambio, como emprendedores de una revolución importantísima: la democratización del sexo.

Gracias a las narrativas religiosas y su construcción de la negación del cuerpo primero, y a los modelos médicos después, la sexualidad ha sido siempre relegada al terreno de lo oscuro, lo prohibido, lo perverso. Dicha transformación de la concepción de la sexualidad y la construcción del género dada en los cuarentas ha dado como resultado la evidencia de algo que se creía dado: la sexualidad no es natural, es un constructo social, que ha evolucionado dependiendo de las dinámicas sexuales.

La sexualidad no es un constructo meramente biológico, sino un ideario cultural. Así, conceptos como sexualidad plástica comienzan a formar parte del vocabulario. Esta noción parte de la idea de que la sexualidad puede ser intervenida, modificada, construida a partir de narrativas discursivas que no se insertan propiamente en la práctica sexual.

Las nuevas identidades sexuales han puesto en la mesa la capacidad del hombre para transformar los conceptos culturales que se habían pensado inamovibles. La democratización sexual ocurre cuando una persona puede elegir sus prácticas sexuales sin que se le condene ni aleje socialmente. Si bien es cierto que todavía hay sectores renuentes a aceptar la revolución que se está viviendo en el terreno sexual, también lo es que la sexualidad ya no está limitada al binomio masculino-femenino.

La narrativa religiosa ha dejado de tener la misma fuerza. La  negación del cuerpo va quedándose rezagada ante una época que desmitifica más rápidamente las viejas concepciones del bien y del mal heredadas del cristianismo. En la post-modernidad el cuerpo ha sido reasumido como un espacio que le pertenece al individuo. Como uno de los pocos espacios que  no ha sido (por lo menos en teoría) absorbido por la vorágine consumista. Como una catedral que escapa a la publicitación de la esfera privada.

De la misma manera el cuerpo ha sido concebido como un espacio de modificación. Como una plástica más. El cuerpo es el lienzo de todo artista. La creatividad está en la piel. Es a partir de la apropiación del cuerpo como un espacio para la modificación, que nuevas narrativas sexuales y genéricas, como la transexualidad, el travestismo y la intersexualidad se convierten en prácticas sociales comunes, que escapan del prejuicio y se instauran en la esfera pública.

La sexualidad, en la época post-moderna, se ha convertido en una elección. Los hombres no deben erotizarse obligatoriamente hacia las mujeres ni viceversa. Ahora, cada quién es libre de escoger el objeto de su deseo y el cómo y el cuándo de su rol sexual.

La democratización sexual ha provocado que la sexualidad deba ser expuesta, liberándose así de las cadenas del morbo. Engrosando los discursos en una multiplicidad irrefrenable de placer estético y erótico. La post-modernidad ha comenzado a ver la transformación de la sexualidad en una decisión más de los ciudadanos.

@CuevasO33

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