Another brick in the Wall?

Por Óscar Cuevas

Lo problemático del muro radica, no es su posibilidad práctica, sino en la fuerza retórica de la metáfora. El muro como espacio distópico. Como narrativa que dispara el miedo que resulta en la negación del otro.

En The Wall, el personaje principal es juzgado por mostrar sentimientos a un mundo hostil que niega la capacidad del ser humano por sentirse vulnerable. Así, como lo hacemos en nuestra vil posmodernidad. La narrativa despótica, incoherente, voluptuosa y obscena que Trump utilizó durante su campaña demostró tener un eco en una parte de la ciudadanía norteamericana.

El problema de la promesa de construir el muro son las implicaciones racistas e intolerantes. El muro representa, así como en The Wall, la producción en masa de discursividades arquetípicas, deontológicas, que basan su fortaleza en el anhelo del pasado mejor. Quienes votaron por Trump, pretender pensar que su futuro está amenazado por un grupo de migrantes que les quita su trabajo, amenaza su seguridad y violenta el sueño americano.

No se detienen a pensar, que el proyecto de nación norteamericano nunca los ha tomado en cuenta. No son los hombres exitosos que han logrado su riqueza a través de la meritocracia. Los red necks son los olvidados del sueño americano. Son quienes fueron traicionados por los padres fundadores. Son los güeros pobres, quienes no lograron responder al arquetipo del self-made men.

Pero los migrantes, son tal vez, los olvidados de los olvidados, esos que, como ojitos, Pedro y el Jaibo; buscan escapar al espiral de la pobreza y a la constante negación de su existencia por parte de sus patrias natales para migrar hacia otros lugares en donde también son olvidados, oprimidos, abusados.

La incapacidad de expresar la vulnerabilidad en un ambiente social en donde el éxito es el deber ser; conlleva al individualismo y al egoísmo a partir de un desdoblamiento doble hacia el interior. Por un lado, al negar al otro reafirmo mi existencia y mi personalidad; por otro, el rechazo de quien no comparte mi cultura, ni mi idioma, ni mis principios o antivalores; provoca a un tiempo la exacerbación de mi individualismo y la cerrazón de mis sentimientos.

El racismo está basado en un profundo sentimiento de inseguridad y temor ante la posible pérdida de un privilegio real o imaginario. Sentimiento que encuentra en la disminución de las capacidades del otro, ancladas a narrativas cuasi míticas, la afirmación de mi egoísmo y antivalores. La marcha del KKK es un hecho simbólico que debería preocuparnos. Debemos aprender de 1984, Brave New World, Mandingo, If I were a man , entre otras obras que han abordado el racismo como la puerta que permite la entrada de lo grotesco y la brutalidad.

Ante la negación de la diversidad humana, tanto en el terreno sentimental, como en el sexual y el social; debemos reafirmar nuestro derecho a ser distintos. Ha llegado el momento de deconstruir las narrativas deontológicas, basadas en falacias raciales, argumentos biologicistas o idearios míticos. Es imposible continuar sosteniendo estas falacias simbólicas de la perfección y la belleza, del éxito perenne, de la sexualidad desbordada.

El muro como metáfora nos pregunta si haremos caso a un imbécil, a un idiota que vale un dólar al año o por el contrario, si lograremos aceptar nuestras diferencias y, debido a ellas, aceptaremos el diálogo, la síntesis y la palabra; como el único espacio discursivo posible en una sociedad mundial que pretende reivindicar a los derechos humanos como el eje rector de las relaciones humanas y sociales.

@CuevasO33

 

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