Por Óscar Cuevas
La muerte es personal, única e intransferible. ¿Cómo lidiamos con ello?
Schopenhauer señala que el único tiempo que vive el ente es el presente, y es por ello que resulte fútil e incluso estúpido, otorgarle un sentido histórico a las acciones humanas. Desde esta perspectiva, ni el futuro ni el pasado existen, en cuanto son narrativas que representan la representación de lo acabado.
Es decir, tanto el futuro como el pasado le niegan al hombre la capacidad de vivir su presente, de experimentar los deseos de la Voluntad de manera libre. La Naturaleza no es más que el fenómeno, es la voluntad de vivir en su representación total. El hombre, no puede separarse de la Naturaleza sin negar su Voluntad.
Desde Schopenhauer todo objeto es la voluntad en cuanto ha llegado a ser representación, y el sujeto es el correlato necesario del objeto; y objetos reales no los hay más que en la actualidad, en el presente; el pasado y el porvenir no contienen más que meros conceptos y fantasías, por lo que el presente es la forma esencial de la manifestación de la voluntad e inseparable de ésta.
El sujeto incognoscible
El sujeto, al no ser un objeto de conocimiento sino solo sujeto cognoscente no posee una forma de representación, de aquí que Schopenhauer afirme que el sujeto del conocimiento sólo puede conocer el presente, los fenómenos como se le presentan en determinado momento, lo demás son meras figuraciones y fantasmas creados por la soberbia del ente individual.
Esto, para Schopenhauer, se comprueba en que la asechanza de la muerte preocupa al hombre solamente en determinados puntos de su existencia; de lo contrario, de tener una conciencia permanente de la muerte, le colocaría en un estado de angustia similar al de un condenado a la horca.
Aquí, me gustaría seguir a Schopenhauer y afirmar que no es el dolor a lo que el individuo teme, sino a su extinción. A manera de Heidegger, nuestro autor entiende que la muerte es intransferible e irremediable, es el único estadio de la vida que está asegurado para nosotros. Dicha extinción, la certeza de la misma es lo que coloca al hombre en su estado de Angustia, la diferencia entre el condenado y el ser humano común, es que el segundo no conoce la hora ni la fecha de su muerte.
Lo angustioso de la muerte
No es el dolor que experimentará lo que causa la Angustia del condenado, sino es el conocimiento de su finitud, saber que, después del 24 de mayo del 2011, a la una y siete de la tarde, él ya no existirá más. Es el desconocimiento de la muerte en cuanto fenómeno lo que provoca este temor dentro de las culturas humanas.
Lo que nos infunde pavor en la muerte es el aniquilamiento del individuo, por ser así como la concebimos, y el individuo, que es la voluntad de vivir en su única objetivación, se rebela en todo su ser contra la muerte.
Sin embargo, hay que apuntar que la desvalorización de la vida no existe en Schopenhauer, ya que no es posible valorar algo por su plena representación. Desde esta visión, lo que le da sentido a la vida es el dolor, el sufrimiento, en cuanto forma narrativa que permite escapar de la representación y vislumbrar el estado de Agonía en el que el ente permanece mientras se encuentre atado al mundo de los fenómenos.
La negación de la voluntad de vivir, sobreviene cuando el conocimiento aniquila la voluntad, porque entonces los fenómenos de la percepción no obran ya como estímulos sobre la esencia del mundo, encuentra un calmante, un aquietador, que la serena y la impulsa a anularse ella misma espontáneamente.
El Eros de Shopenhauer
En el mundo como voluntad y representación, Schopenhauer tiene una preocupación principal, le interesa por medio de la realización de observaciones concernientes a la voluntad y su objeto, elucidar la significación de la moral de la conducta. Aquí, me gustaría lanzar otra interrogante, que tal vez no se encuentre dentro de Schopenhauer: si la voluntad es el impulso del vivir ¿tiene sentido la moral?
La negación de la voluntad de vivir, ¿no estaría negando entonces el propósito del ser humano para vivir «en libertad»? En este sentido, me gustaría recurrir a la tesis manejada por Herbert Marcuse en su Eros y civilización, y afirmar junto con él que la negación del Eros en la sociedad humana obedece necesariamente a la incompletitud del ente, derivada de las narrativas de consumo, que determinan cómo y cuándo el ente debe y puede ser un hombre.
Continuando con la elucubración y retomando las palabras Schopenhauerianas, esperando respetar y haber alcanzado a vislumbrar su sentido, me gustaría afirmar que existe un punto de coincidencia entre el pensamiento de Marcuse y el de Schopenhauer, por lo menos en estos dos textos, a saber: el hombre, al volverse presa del futuro y del pasado, y al intentar darle un sentido histórico y progresivo a sus acciones, niega su esencia misma al separase de la Naturaleza, y convierte a las representaciones de la Voluntad, en representaciones de los fenómenos que representan a la Voluntad.
En este sentido entonces, el hombre se niega la capacidad de disfrutar los fenómenos de la naturaleza en cuanto ente; y al mismo tiempo rechaza su inmortalidad en cuanto participa de la Naturaleza en la perpetuación de la especie. De aquí que podamos afirmar, emulando a Marcuse en su hombre unidimensional, que aquello que es cierto no puede ser verdad.
@CuevasO33